Una de las razones de la supervivencia de este personaje –que conocimos en los comics de los años sesenta– ha sido su capacidad de adaptación. Nació en la época de la Gran Depresión, en los días de Roosevelt, como un héroe progresista que defendía a los débiles de los abusos de los políticos corruptos y los más variados criminales. En los años de Reagan, decía proteger “la verdad, la justicia y el modo de vida de Estados Unidos” y ondeaba una enorme bandera de ese país. El Superman de 2025 vuelve a sus primeros pasos, se enfrenta a figuras que recuerdan a algunos magnates del mundo de Trump y a los grandes temas de la política norteamericana, entre ellos, el de los inmigrantes.
Hay que recordar que el mismo Superman es uno de ellos, venido del planeta Krypton. Un inmigrante ilegal, como tantos otros, que, transformado en Clark Kent, adopta los valores gringos, se convierte en un patriota y, como periodista tímido con gafas de miope, oculta sus grandes poderes. Mantiene una relación sentimental con una colega, Lois Lane, quien conoce su secreto (de adolescentes nos preguntábamos sobre el sexo entre el hombre de acero y la frágil Lois). A diferencia de Batman, Superman cumple las leyes, pero no puede evitar sus enfrentamientos con criminales conectados con políticos y gobernantes.
El enemigo de Superman es el poderoso y megamillonario Lex Luthor, quien tiene una influencia enorme en el gobierno de su país. Su figura nos recuerda a algunos de los potentados del mundo tecnológico, como el Elon Musk de los primeros días del gobierno de Trump, o al mismo Mark Zuckerberg. Luthor, involucrado en complejas maquinaciones nacionales e internacionales, patrocina la invasión que adelanta Boravia, un país aliado de Estados Unidos, a Jarhanpur, con la esperanza de obtener ventajas para sus negocios y, de paso, tenderle una celada trampa a Superman.
Luthor tacha al superhéroe como “extranjero”, de inmigrante invasor y peligroso. Y, para desacreditarlo, publica un mensaje del padre del superhéroe en el que le aconseja tener muchos hijos, con el objetivo de conservar la estirpe de Krypton en la Tierra. De esta forma, Luthor atiza el temor de los conservadores norteamericanos de que los descendientes de los inmigrantes desplacen a los hijos de quienes llegaron a Estados Unidos varias décadas antes.
Superman, convertido en policía planetario, quiere impedir que Vasil Ghurlos, presidente de Boravia, invada a su vecino (la película nos recuerda las tragedias de Ucrania y Gaza, con Putin y Netanyahu). Este Superman no es un aislacionista, como la mayoría de los republicanos, sino, como lo señala Larry Tye en el Washington Post, un superhéroe woke. Pero, también, peca de muchos defectos. Es un héroe inmaduro que no entiende las complejidades de las relaciones internacionales. Es, ante todo, un ingenuo, un buenazo, una especie de boy scout impulsivo y súpersincero que no tiene la capacidad de medir todas las consecuencias de sus actos.
Este Superman, con su mezcla de héroe progresista, niño bueno despistado y enemigo de los billonarios tecnológicos, corría el riesgo de irritar a gente de todos los partidos. Las cifras, sin embargo, muestran todo lo contrario. Está batiendo récords de taquilla. Ha dado una prueba adicional de que es capaz de sobrevivir en un mundo polarizado y cada vez más complicado.