A pesar de sus diferencias ideológicas, algunas de las políticas económicas de Trump y de Petro exhiben notables semejanzas. Ambos toman medidas dañinas y arriesgadas sin mayor consideración por los principios de buen manejo económico. Les exigen a sus bancos centrales que reduzcan las tasas de interés, sin tener en cuenta sus implicaciones sobre la inflación. Critican abiertamente a los jefes de estas instituciones y maniobran para colocar en las juntas directivas a personas que obedezcan ciegamente sus designios (la junta del Emisor colombiano no está subyugada hoy únicamente porque, al comienzo de su gobierno, Petro nombró a una profesional verdaderamente independiente).
Ambos mandatarios promueven el desorden fiscal y desdeñan el impacto sobre sus sociedades. Los déficits de ambos países son elevados e insostenibles. Su deuda pública crece aceleradamente, a un ritmo que causará graves perjuicios a sus economías. Y tiene un origen común. Trump hizo aprobar en el Congreso una rebaja de impuestos para los más ricos. Y muchos de los más pudientes ya no pagan impuestos en nuestro país porque tributan en otras jurisdicciones (como resultado de sus esfuerzos para evitar el Impuesto al Patrimonio).
Los dos aman los aranceles y desconfían del libre comercio y las reglas de las entidades multilaterales. Parecen seguidores de las antiguas ideas de la Cepal. Petro ha sido un constante crítico de los tratados de libre comercio; tuvo la intención de renegociar el que firmaron Estados Unidos y Colombia. Y ha manifestado la conveniencia de elevar aranceles para cerrar la economía (sin considerar el impacto sobre el aumento de los precios y el bienestar de los consumidores). Las mismas ideas, pero en escala planetaria, animan las arbitrarias decisiones de Trump de imponer enormes tarifas a los socios comerciales de Estados Unidos.
Buena parte de las decisiones de Trump sobre el comercio está orientada por motivos políticos y por sus diferencias personales e ideológicas con los lideres de otros países. Impuso, por ejemplo, un arancel del 50 % a las importaciones provenientes de Brasil –un país que tiene un déficit comercial con Estados Unidos–, como una represalia por la condena de la justicia brasileña a su amigo, Jair Bolsonaro. Por su parte, Petro, presidente de un país pequeño, sin capacidad para hacer mucho daño, prohibió exportaciones a Israel por su estrecha afinidad con Hamas y su hostilidad contra el gobierno de Netanyahu.
La semejanza de estos mandatarios en asuntos económicos, especialmente en los comerciales, se pondrá a prueba –y ojalá no llegue ese día– en caso de que Trump imponga castigos arancelarios o sanciones financieras a Colombia como consecuencia de una eventual descertificación de nuestro país por el impresionante crecimiento de la siembra de coca (el rubro de la agricultura nacional que más ha crecido en el gobierno de Petro) y sus pobres resultados en materia de la lucha contra el narcotráfico. Si esto ocurre, el presidente colombiano tendrá que decidir si enmienda el camino o si toma represalias contra Estados Unidos como las que anunció en su delirante “Mensaje del último Aureliano” del 26 de enero pasado o si, simplemente, responde con la conocida retórica chavista de corte antiimperialista, en medio de ruidosas movilizaciones de sus cuadros y seguidores.