Cuando comenzaron a sentirse los efectos de la pandemia, en medio del vértigo de la crisis, el desempleo y la pobreza, mucho se discutió sobre la forma que iba a tener la recuperación. Algunos dijeron que iba a ser en forma de V: después de una rápida caída hasta un hueco profundo, se daría un rebote hasta los valores anteriores a la crisis. Otros anticiparon que se iba a observar una U con un valle prolongado. Unos pocos hablaron de una W: los sucesivos picos de la pandemia iban a forzar nuevos cierres y cuarentenas que, después de alguna recuperación, iban a reproducir la V. Los más pesimistas predijeron una L: las cosas se iban a dañar y quedarían en el piso, dañadas durante mucho tiempo. Ahora ya sabemos cuáles letras representan las variables de la recuperación.
El crecimiento del PIB siguió la trayectoria de una V asimétrica: un desplome del 6,8 % en 2020 seguido de una fuerte recuperación que puede alcanzar el 10 % en 2021.
En cambio, la tasa de desempleo se parece a una V invertida: comenzando desde cifras altas del 10 % anteriores a la pandemia, se elevó al 20 % en los primeros meses de la crisis y desde esa cima comenzó a bajar. El problema es que se quedó en el 12 % y se resiste a regresar a las cifras que tenía antes de la emergencia. Más de medio millón de personas siguen desempleadas a pesar de que la economía se está recuperando rápidamente.
La inflación siguió los pasos del crecimiento del PIB y formó otra V. De cifras cercanas al 3 % anual antes de marzo de 2020, la inflación cayó por debajo del 2 % en el segundo semestre de 2020 hasta abril de 2021. La recesión y los enormes niveles de desocupación de personas y empresas produjeron excesos de oferta que redujeron las alzas de precios. Sin embargo, con la rápida recuperación, los problemas logísticos y la escasez de numerosos productos, así como el alto precio de algunos bienes importados, la tasa de inflación se elevó hasta superar el 4,5 % anual. La reacción del Banco de la República también ha seguido una especie de V truncada (sin pico en el fondo). La tasa de intervención del Emisor bajó, en varios pasos, del 4,25 % al 1,75 % y se mantuvo allí durante varios meses; luego, con el alza de la inflación, comenzó a ascender hasta niveles que van a ser superiores a los que se tenía antes de la pandemia.
La trayectoria del déficit fiscal no se parece a una V. Tiene más bien la forma de una L invertida. De niveles del 2,5 % del PIB en 2019 se elevó verticalmente hasta el 7,8 % en 2020 e, infortunadamente, se quedó arriba. En este año alcanzará el récord del 8,6 % y, a pesar de la reforma tributaria reciente, en 2022 permanecerá en cerca del 7 %.
Con el objeto de financiar estos enormes desequilibrios, la deuda pública está creciendo en forma peligrosa: del 48,3 % del PIB antes de la crisis, se estima que al final de 2021 alcanzará el 65,1 % y bordeará el 70 % en 2022. Otra horrible L invertida.
Al lado del gran deterioro de los indicadores sociales, la delicada situación de las finanzas públicas constituye la peor herencia de la pandemia, un problema grave que amenaza seriamente el futuro de la sociedad colombiana. Si no se corrige a tiempo la situación fiscal, el crecimiento, el empleo, la pobreza y otras variables pueden, otra vez, recorrer el vértigo de la caída de la V, la L o la U. Todo lo positivo iría para abajo y todo lo negativo para arriba.