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A veces no

Arturo Charria
07 de octubre de 2021 - 05:00 a. m.

En un documental reciente sobre la infancia en la pandemia, realizado por El Espectador, uno de los niños entrevistados habló sobre el hambre que ha tenido que pasar: “A veces almorzamos, a veces no”.

El niño se llama Miguel Medina, es de Maicao, La Guajira, y tiene 10 años. En su relato está la conciencia de uno de los problemas más grandes que afecta a su territorio: la inseguridad alimentaria. Es una situación que se ha exacerbado durante la pandemia y que se agravó por el cierre de colegios. Sus palabras ponen en evidencia, además, otro problema que está en el origen de muchas de las violencias y precariedades que viven las niñas y niños del país: sus derechos son prescindibles o, como mínimo, intermitentes. Miguel diría “A veces no”, como si se tratara de una bombilla que encendemos y apagamos.

De nada sirve que la Constitución Política diga que sus derechos prevalecen, si al momento de tomar decisiones los adultos les despojan de ellos. Esta situación debe entenderse como una violencia sistemática que se oculta bajo una idea de “cuidado” y que confunde protección con posesión.

Una de las mayores violencias en este sentido la hemos visto con el lento regreso a la presencialidad de los estudiantes. Es inadmisible que de los casi diez millones de estudiantes que hay en el país, cerca de tres millones y medio no hayan vuelto un solo día a sus colegios. Como si de golpe sus derechos se suspendieran durante 19 meses. ¿Qué pasaría si algo fundamental en la vida de los adultos fuera prohibido durante el mismo periodo?

Esta cifra tiene muchos responsables: las autoridades locales, que no han priorizado recursos propios para garantizar las condiciones necesarias para el regreso a las aulas y se han demorado en ejecutar los pocos que les llegan del orden nacional; el sindicato de maestros, que le ha faltado grandeza al momento de abordar la discusión y ha privilegiado sus intereses políticos sobre los derechos de sus estudiantes; los cuidadores que se niegan a enviar a sus hijos a las instituciones educativas mientras ellos viven sus vidas sin mayores restricciones.; y la sociedad, que ve la educación e ir al colegio como algo prescindible y opcional.

Ahora bien, una mayor complejidad está dada por el hecho que estos datos no miden la frecuencia de asistencia. Basta con que un estudiante haya pisado un día su institución educativa para que se diga que está en alternancia. Por supuesto que hay situaciones en que este regreso a clases es real, como lo han demostrado de manera ejemplar las Secretarías de Educación de Antioquia, Palmira y Bogotá, pero no es la realidad de otros departamentos y municipios en donde no hay regularidad en el proceso.

De ahí que no basta con aumentar el número de estudiantes en alternancia, sino garantizar la frecuencia en la asistencia a sus aulas, pues ir a la escuela no puede ser una excepción sujeta a la buena voluntad de los adultos. Esto es necesario para recuperar aprendizajes y procesos socioemocionales, pero también para rescatar la idea de que la educación es un derecho fundamental de las niñas y niños, no una luz que encendemos y apagamos. Una luz que ilumina siempre a unos y a otros “a veces no”.

Puntilla. La conmemoración de los 200 años de la Constitución de Villa del Rosario de Cúcuta llenará la frontera de visitantes ilustres y discursos decimonónicos. Entre las restricciones decretadas para garantizar el buen curso del jubileo, solo hizo falta un decreto que prohibiera a los cucuteños decir groserías durante 72 horas.

@arturocharria

 

ERWIN(18151)07 de octubre de 2021 - 12:00 p. m.
excelente articulo ..asi mismo ..los adultos le roban,lo que les corresponde a los infantes ..sociedad enferma
Atenas(06773)07 de octubre de 2021 - 12:23 p. m.
Y Charria con sus charriadas. ¿Tenemos alguna responsabilidad los colombianos ante la irresponsabilidad de los simples e indecente docentes del sector público? Y le dió vueltas y revueltas a su cuento pa no decirlo con nombre propio: FECODE. Cómo se ve q' les teme a sus camaradas milicianos de la tiza. Claro, entre ellos también hay criminales.
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