Si hay un lugar en el que los niños, niñas y adolescentes están protegidos es en los colegios. Gracias a las instituciones educativas y a los profesores, miles de estudiantes han logrado evitar o impedir distintas violencias a las que están expuestos en sus entornos cercanos. Los docentes conocen a sus estudiantes y a veces basta una mirada para descifrar las historias más dolorosas que podamos imaginar.
Es común ver en foros de opinión o en redes sociales comentarios de personas que afirman no enviar a los estudiantes a los colegios porque “pueden contagiarse” y que muchos padres de familia “prefieren que su hijo pierda el año antes que mandarlo al colegio”. Estas frases tienen más rabia que razón, pues ven la situación como una disputa y no como una causa común cuyo propósito es el bienestar de los estudiantes.
La lista de variables que entran en juego es alta y todos los aspectos deben ser contemplados de manera responsable: la edad y comorbilidades de los docentes, las adecuaciones necesarias de las instituciones, el transporte. Sin embargo, cada colegio tiene una especificidad y una particularidad que debe analizarse al interior de sus Consejos Directivos. Este diálogo no debe permitir posiciones totalizantes que establezcan como principio la inmunidad total o las vacunas, sino el cuidado, la evidencia científica, la vigilancia y el bienestar integral de los estudiantes.
Ahora bien, no podemos olvidar que uno de los aspectos fundamentales del sistema educativo es formar ciudadanos. Esto no es una asignatura, es un reto que debe llevarnos a entender su papel como personas que deben tomar decisiones de carácter privado cuyo efecto tiene implicaciones públicas. Por eso en esta discusión la voz de los estudiantes es fundamental, entendiendo que ellos representan el 20 % de la población total del país, que cada uno es un motivo y juntos suman 10 millones.
De mantenerse cerrados los colegios no solo estaremos generando consecuencias irreversibles en los procesos de aprendizaje en los estudiantes, sino que le estamos diciendo a una generación completa que no confiamos en su capacidad de tomar decisiones.
Es importante acompañar todos los esfuerzos que se hagan por abrir los colegios, apoyar a los directivos y docentes que entienden la necesidad de ir abriendo poco a poco con las medidas necesarias. Es fundamental construir confianza con las comunidades educativas para que el regreso sea por convicción y no por decreto. Y a los acudientes hay que darles la oportunidad de tomar decisiones informadas y no exacerbarles sus miedos.
Hay municipios que desde el 13 de marzo de 2020 no han abierto ni una sola aula. Este es un mensaje muy peligroso, pues cada día que pasa la brecha social se agranda. En esos lugares, abrir un aula debe convertirse en un propósito colectivo y quizá se parezca al esfuerzo que tantas comunidades hicieron en la historia del país, cuando las paredes de las escuelas no las levantaban los gobiernos, sino la voluntad de las personas.
@arturocharria