Cortados con la misma tijera

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Arturo Charria
27 de abril de 2017 - 04:00 a. m.
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En su afán por parecer diferentes, los sectores más radicales de la izquierda y la derecha en Colombia se parecen cada vez más, en especial cuando el tema son los derechos humanos.

El expresidente Uribe ha logrado su popularidad sobre los crímenes de las Farc: cada secuestro, cada bomba, cada muerte ocasionada por esta guerrilla alimentaban su discurso. Por eso la rabia del expresidente con el proceso de paz, pues de qué hablará o contra quién defenderá a los colombianos: sin las Farc no existiría Uribe y sin Uribe no existirían políticamente ninguno de los congresistas del Centro Democrático. Por eso, el discurso de odio del Centro Democrático contra el proceso de paz es de supervivencia y se parece al de un ladrón que, indignado ante un juez, dice que roba porque no consigue trabajo.

Pero en Colombia ya no hoy enfrentamientos entre el ejército y las Farc, tampoco hay imágenes de helicópteros trasladando heridos en combate o muertos en bolsas negras; en el Hospital Militar sobra un piso completo en el que antes se atendían a los soldados y policías heridos en combate. De vez en cuando el Eln hace alguna acción armada, con la que intentan recordarle al país que son una organización armada que está negociando el gobierno, pero eso no es suficiente para los nostálgicos defensores de derechos humanos de la derecha colombiana.   

Por eso, ante la “ausencia” de violaciones a los derechos humanos en Colombia, han encontrado en Venezuela un referente para garantizar su defensa y protección. Organizan marchas y plantones; redactan comunicados y se toman selfies con la bandera venezolana. Entran a “hurtadillas” al club personal de Donald Trump e interrumpen su almuerzo para acusar a Santos de castrochavista. Sin embargo, ante los asesinatos de líderes sociales no dicen nada. Tampoco lo hacen ante el rearme paramilitar en Norte de Santander, Urabá, Cauca y Magdalena Medio. El vídeo del expolicía que invitó a cazar a los aliados de la paz les pudo parecer “imprudente”, pero no lo rechazaron a través de un comunicado oficial. No les importan estos hechos: su silencio no es de indiferencia, sino de aceptación, incluso de complicidad.

Pero gran parte de la izquierda, en Colombia, no es muy diferente cuando de defender los derechos humanos se trata. Durante décadas encontraron en la guerrilla una respuesta armada a la represión del Estado. Su argumento: “es el derecho universal que tienen los pueblos a la rebeldía”, lo planteaban en foros y congresos del “partido”. Tuvieron que pasar muchos años y morir muchos colombianos para que la izquierda tomara una clara distancia con lo que históricamente llamaron “la combinación de todas las formas de lucha”.

Así, ante los terribles casos de secuestro, fueron tibios al momento de denunciar a la guerrilla, la gestión de muchos líderes de la izquierda se limitaba a la mediación para un intercambio humanitario. Durante el peor momento del conflicto armado, ante el uso de minas antipersonal, el reclutamiento forzado de menores, el uso de cilindros bomba, no veían crímenes de guerra que debían denunciarse a nivel nacional e internacional, sino las consecuencias de una confrontación armada.

La izquierda y la derecha en Colombia no están realmente comprometidas con los derechos humanos en tanto discurso universal. No comprenden que un solo muerto es un daño a toda la humanidad y que “ninguna ideología merece un cadáver”, como afirmaba el poeta Rojas Herazo. Sin embargo, ambos sectores seguirán usando, de manera selectiva, el discurso de los derechos humanos; sobre el dolor ajeno continuarán construyendo una estrategia política que les permitirá denunciar a su adversario y, sobre todo, acumular el mayor capital electoral posible.

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