Esta es la tesis que atraviesa la obra de teatro Los justos, del escritor argelino Albert Camus. La obra narra el debate al interior de una célula terrorista rusa que ha planeado, durante meses, el asesinato del Gran Duque en 1905.
El ambiente de la obra de teatro es asfixiante, espacios reducidos en donde los personajes discuten sobre la relación entre la violencia, la revolución, el amor y la justicia. La decisión está tomada: una bomba hará estallar el carruaje del Gran Duque cuando éste vaya al teatro. “Yo no lo mato a él. Mato al despotismo”, afirma Kaliayev, uno de los protagonistas de la obra. Todo está listo para ser ejecutado, sin embargo, antes de lanzar la bomba, Kaliayev se da cuenta que el Gran Duque no está solo, junto a él va su hermana y sus dos sobrinos. El terrorista se arrepiente.
De regreso a la pequeña habitación se da un apasionado debate entre Kaliayev, quien cuestiona los límites de las acciones violentas, y Stepan, un personaje que cree que todo es válido en nombre de la revolución: “Nada de lo que pueda servir a nuestra causa está prohibido (...) Hay demasiado qué hacer; es necesario destruir el mundo”, argumenta Stepan ante las dudas que demuestra Kaliayev. La bomba es lanzada y el Gran Duque asesinado; solo queda un brazo para reconocer su cuerpo.
Camus escribe la obra en 1949, anticipándose al terror que se viviría en Francia, años después, por causa de las bombas que el Frente de Liberación Nacional de Argelia (FLN) pondría en tiendas y cafés de París. Sin embargo, en Los justos, Camus hace evidente que no existe ningún heroísmo en la violencia, por el contrario, expone las contradicciones que se esconden detrás de las causas “más justas”. En su obra, la violencia es sinónimo de irracionalidad y una expresión de odio; los protagonistas, que han elegido la violencia en nombre de la justicia, son prisioneros de su elección.
Esta obra resulta pertinente a la luz de la irracional bomba que estalló el pasado 17 de junio en el Centro Comercial Andino. Pero en Colombia se han puesto muchas bombas, han explotado en las iglesias, en los aviones, en periódicos, en las casas y, recientemente, en los baños de las clínicas y de los centros comerciales. Al igual que en Los justos estas bombas se han puesto en nombre de la justicia, de la revolución, de los pobres, incluso se han puesto bombas en nombre de la seguridad, por los mismos organismos de seguridad.
Las motivaciones repetidas por los terroristas ya han costado miles de muertos y, sin embargo, hay quienes las siguen usando; como si bastara con decirlas para que las víctimas de sus acciones pudieran ser justificadas. No comprenden los asesinos que después de la explosión, la sangre de los muertos se seca y no tiene un color “revolucionario”.
Desde que Los justos fue escrita, en Colombia hemos visto cumplirse la sentencia de Kaliayev: “para saber quién tiene la razón se necesitará quizá el sacrificio de tres generaciones, varias guerras y revoluciones terribles”. Sin embargo, hay quienes están dispuestos a seguir danzando para que la lluvia de sangre no cese. En eso se parecen mucho los irracionales extremos en el país, los de izquierda y los de derecha, que insisten sin pudor en seguir ejerciendo la violencia en nombre de la justicia.