¿Qué hacer para que 2022 no sea otro año perdido en términos educativos? Esa debe ser la pregunta con la cual directivos, docentes y autoridades educativas inicien este cierre de año escolar.
Sí, han sido muchos esfuerzos: docentes que hacen hasta lo imposible por llegar a sus estudiantes, acudientes que se multiplican para poder apoyar el proceso educativo de sus hijos y directivos que demuestran una creatividad superior a los recursos que les transfieren.
Sin embargo, al hacer el balance del 2021, las cifras no son buenas: 3,5 millones de estudiantes (una tercera parte del total) no han vuelto a sus colegios ni un solo día durante 19 meses, y muchos de los que están en alternancia no lo hacen con frecuencia. Algunos incluso van unas pocas horas a la semana como máximo.
Por eso me gustaría proponer tres aspectos que nos permitirían tener un 2022 con mejores perspectivas en materia educativa:
1. Superar la discusión de la presencialidad y poner en el centro de la conversación la frecuencia con que asisten los estudiantes a las aulas. Mantener el debate por la presencialidad en 2022 solo seguiría desgastando la relación entre autoridades, acudientes y sindicatos. Esta no es una discusión exclusiva entre autoridades educativas y sindicatos de docentes, pues hay acudientes que siguen postergando el retorno a las aulas de sus hijos, hablan de “cuidado” y “protección”, pero en realidad vulneran sus derechos.
2. Evaluar cuál es el estado en el que se encuentran los estudiantes en lo académico y emocional, de manera que se puedan diseñar estrategias para nivelar a quienes peor lo han pasado durante la pandemia. Para millones de estudiantes entre 2020 y 2021 el aprendizaje se ha centrado en guías sin acompañamiento enviadas por Whatsapp. La mayoría de docentes han realizado grandes esfuerzos por orientar lo mejor posible el proceso, pero, después de más de año y medio, no es posible saber qué tanto han aprendido y cuál es el balance de sus estudiantes.
3. Calcular el número de estudiantes que se han salido del sistema educativo y diseñar estrategias para buscarlos en 2022. Adicionalmente, identificar cuántos niños y niñas no fueron matriculados en transición o primer grado. Aunque a la fecha no conocemos la cifra exacta de deserción escolar, lo más seguro es que cuando la presencialidad sea total muchos de los estudiantes que tenían una comunicación esporádica con sus docentes no regresen: algunos, por cambio de vivienda o ciudad; otros, por miedo de estar rezagados en comparación con sus compañeros, porque ingresaron al mercado laboral, fueron reclutados por grupos armados ilegales o se convirtieron en madres durante la pandemia.
El 2022 no será un año de normalidad escolar, sino de comprender qué tanto hay que recuperar en términos educativos. La pandemia ha develado algo peor que la precaria infraestructura escolar: que la educación importa poco. No hablo exclusivamente de los recursos invertidos, sino de la pasividad con la cual hemos presenciado la catástrofe educativa. Conocer la dimensión de esta tragedia para revertirla debe ser el propósito para que en 2022 ningún pupitre quede vacío.
Puntilla 1. Los gremios y las autoridades en Norte de Santander no son ingenuos y conocen los intereses políticos del Gobierno de Venezuela con la apertura de la frontera. No son tontos útiles del régimen de Maduro. Sin embargo, intentan ejercer una diplomacia regional, ante los saboteos que desde Bogotá lidera el presidente Duque y ante la falta de una política internacional.
Puntilla 2. No se sabe qué hace más daño en la frontera: si la frecuencia de los atentados o las visitas del presidente Duque.