A Catalina, la primera lectora
Esta es mi columna número trescientos en las páginas de El Espectador. Por lo general escribo los martes por la madrugada, a veces tengo claro el tema y su desarrollo: abro los ojos, me levanto y la escritura se da de manera automática. Sin embargo, la mayoría de textos no son resultado de un método, sino la extensión a preguntas y conversaciones que voy acumulando durante días. Cuando pasa el tiempo detenido frente a la pantalla y la columna parece no ir para ningún lado, pienso en la frase de una película de Adolfo Aristaraín, en la que el profesor les dice a sus estudiantes “El...
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