A Catalina, la primera lectora
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Esta es mi columna número trescientos en las páginas de El Espectador. Por lo general escribo los martes por la madrugada, a veces tengo claro el tema y su desarrollo: abro los ojos, me levanto y la escritura se da de manera automática. Sin embargo, la mayoría de textos no son resultado de un método, sino la extensión a preguntas y conversaciones que voy acumulando durante días. Cuando pasa el tiempo detenido frente a la pantalla y la columna parece no ir para ningún lado, pienso en la frase de una película de Adolfo Aristaraín, en la que el profesor les dice a sus estudiantes “El escritor escribe”.
Hay quienes dicen que los columnistas nos repetimos. Es cierto. ¿Cómo no hacerlo si escribimos sobre las preguntas que nos hacemos constantemente y esas inquietudes solo se agrandan con el paso del tiempo? En mi caso la educación, la frontera, la memoria histórica y la literatura son los temas sobre los que vuelvo con más frecuencia.
Pero lo más difícil no es tener siempre un tema, sino escribir a pesar de la vida y de las ocupaciones. Un colega con quien comparto este oficio semanal me dijo “Cuando no cumplo es como si toda la semana tuviera una mancha de café en la camisa”. Esa necesidad de escritura me ha permitido trazar columnas sobre viajes, ciudades y pérdidas, o sobre paisajes tan cotidianos como una tienda en un barrio de Bogotá o una cabina telefónica en la frontera. La escritura se parece a la vida, puede ser prosaica o poética en las cosas más simples, y de eso también es importante hablar.
En trescientas columnas pasan muchas cosas. A veces una noticia en la radio despierta mi curiosidad y resulto investigando sobre el canto de los copetones y la disminución de esas aves en Bogotá, al punto de entender que el ruido de la ciudad impide que los copetones se comuniquen cuando migran. En esas trescientas mañanas ha habido música y poesía, entre líneas están los nombres de las personas que quiero: esa legión de ángeles clandestinos a las que se refería Raúl Goméz Jattin en sus versos.
Quizá por eso entiendo la escritura como una búsqueda, pues es un aprendizaje en la mirada y en los sentidos. No hay un solo párrafo escrito durante estos años en los que no pueda descifrar una parte de mi vida. Incluso los textos más académicos y políticos son biográficos, pues las columnas de opinión son una forma de atrapar el instante y cumplir la cita semanal, una forma de mantener limpia la camisa.
Puntilla. ¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara y a dejar que continúe? Nos preguntó el Padre Francisco de Roux en la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad.