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Con la flor de nomeolvides se busca que los sueños florezcan en donde trataron de ser cortados.
Cuando las palabras pierden su capacidad de nombrar las cosas las personas rompen la relación con el mundo que les rodea, no pueden descifrarlo, no lo comprenden. Esto sucede con la paz en Colombia: no la comprendemos porque las palabras que la nombran no producen la imagen y la emoción que solían tener en otros tiempos, cuando bastaba la vibración del sonido en los labios para que el aire se llenara de significados. Pero eso ya no sucede, ahora la paz produce rabia, indignación, es un sentimiento que divide y genera rupturas en las familias más unidas.
Perdimos el significado de la palabra paz porque olvidamos el de la palabra guerra, o lo que es peor, el costo que esta tiene en la vida de hombres y mujeres que la viven y la sufren. Basta con decir la palabra guerra para que en algún lugar del mundo caiga una bomba y otra persona muera. Por eso resulta desolador que en el corazón de muchos y en los labios de otros la palabra guerra aún sea una opción.
Pero en Colombia seguimos usando la palabra guerra con fines políticos, aunque esta haya dejado ocho millones trescientos setenta y seis mil cuatrocientos sesenta tres víctimas —lo escribo en letras porque a veces nos cuesta trabajo leer las cifras y mucho más comprenderlas—. ¿Cómo dimensionar el costo humano de la guerra en el espacio, en el tiempo, en la distancia?
Si escribiéramos los nombres y apellidos de todas las víctimas de nuestro conflicto armado se podrían completar 27.922 páginas, suficientes para llenar 93 libros de 300 cada uno. Si una persona quisiera leer la totalidad estas páginas, sin descansar un solo segundo, tardaría 388 días. Pero una persona no son palabras sobre un papel o los cuatro segundos que puede durar la lectura en voz alta de su nombre. Ariel Baquero, víctima de esta guerra, nos lo recordaba ayer, durante la firma del decreto que creó la Comisión de la Verdad: “Nos quitaron tanta vida que no se puede medir, tanto dolor que no se puede sentir”. Así, podría afirmarse, que en el cuerpo de una sola víctima pueden contenerse todos los dolores del mundo, como lo manifestó Ariel Baquero.
Por eso este domingo 9 de abril, en el marco del Día nacional de la memoria y la solidaridad con las víctimas del conflicto armado, es importante que nos detengamos y tratemos de comprender, a través de un pequeño símbolo, un dolor que es al tiempo infinito y no cabe en los relojes. Recordar no para llenar de odio la mirada, sino para sentir de nuevo en los labios el significado de la palabra paz. En Bogotá se está hablando de la flor nomeolvides, que hasta hace unos días parecía imposible de encontrar y ahora comienza a llenar de memoria esos lugares en donde los sueños aún florecen y no pudieron ser cortados.
