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Hubo un tiempo y un lugar en que muchos libros infantiles fueron prohibidos, decían que era para proteger a los niños. Ocurrió en Argentina durante la dictadura militar de los años 70. Algunos fueron “secuestrados” en bodegas sin que nadie supiera su paradero, otros fueron confiscados de las editoriales y, los que tuvieron peor suerte, fueron cortados, picados o quemados.
Como suele ocurrir en muchos de estos casos, la censura fue legal. A los docentes del país se les entregó un documento llamado “Subversión en el ámbito educativo” (conozcamos a nuestro enemigo). Allí se advertía sobre los peligros de ciertos maestros marxistas que usaban la literatura infantil para desviar y corromper la mente de sus estudiantes: “Se ha advertido en los últimos tiempos una notoria ofensiva marxista en el área de la literatura infantil”. La toma del ámbito educativo por parte del régimen militar se conoció con el nombre de Operación Claridad.
Entre los libros que intentaron desaparecer (al igual que lo hacían con estudiantes y trabajadores) se encontraban títulos como La Línea, escrito por Beatriz Doumerc e ilustrado por Ayax Barnes, publicado en 1975. Este narra todas las cosas que una persona puede hacer con una línea: avanzar, subir, saltar, enredarse; encerrar, prohibir, atacar; compartir, unir, construir, trazar un árbol o dibujar un pájaro. Las ilustraciones son sencillas: siempre está la silueta de una persona reproduciendo lo que podría hacerse con esa línea. De los mismos autores también fue prohibido El pueblo que no quería ser gris.
La censura no solo incluía libros ilustrados, sino también cuentos infantiles y juveniles. Tal fue el caso de Elsa Bornemann, quien en 1975 escribió Un elefante ocupa mucho espacio. El cuento narra la historia de un elefante llamado Víctor, quien organiza a otros animales del circo del que es parte para que hagan una huelga contra los humanos que les mantienen encerrados y les maltratan. La idea de huelga o libertad promovida por Víctor resultaba peligrosa y subversiva para la Junta Militar.
Esta censura no era aleatoria, estaba dirigida de manera selectiva y sistemática desde los primeros meses de la dictadura. Prueba de ello fue el decreto del 6 de octubre de 1976, cuando el golpe militar recién completaba seis meses, allí se enumera una lista de libros que han sido prohibidos y se decreta: “Secuéstrense los ejemplares correspondientes”.
Hoy en día estos libros han sido reeditados, y los que sobrevivieron a la clandestinidad cuentan la historia que tienen sus páginas y también la historia de la dictadura. Hace unos años la Universidad Nacional de La Plata se dio a la tarea de organizar esta historia y reconstruir un catálogo editorial que intentaron aniquilar. Bajo el título Libros que muerden: una colección que resplandece se encuentra una de las historias más interesantes de censura y libertad que hay sobre la literatura.
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