Lecturas por correspondencia

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Arturo Charria
08 de junio de 2017 - 02:30 a. m.
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A Lina Cor

Todo comenzó con pequeñas lecturas. Fragmentos de libros o poemas que íbamos acumulando y que en medio de la emoción queríamos compartir.

Las primeras lecturas que nos enviamos por correspondencia fueron evidentemente amorosas: Cartas cruzadas de Darío Jaramillo, El amor en los tiempos del cólera y una larga fila de poemas que ninguno de los dos podría decir quién los leyó primero. Al comienzo no había reglas; todo era parte de un juego que solo buscaba prolongar conversaciones que no queríamos terminar. El método, si es que así se le puede llamar, era simple: consistía en grabar una nota de voz con la lectura que cada uno estuviera haciendo.

Al poco tiempo nos dimos cuenta de que estábamos redescubriendo uno de esos placeres que han quedado olvidados: la felicidad de que alguien nos lea y de escuchar historias. Es claro que ahora tenemos audiolibros y videos en YouTube que hacen fácil y reproducible la experiencia, sin embargo, con cada reproducción esa voz que parece siempre igual se va volviendo más mecánica e impersonal.

El cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro escribe un bello y doloroso cuento que se llama Solo para fumadores. Allí decide contar su biografía no desde los hechos, sino desde los cigarrillos que se ha fumado y encontró que, en los momentos decisivos de su vida, siempre estuvo fumando. Ribeyro reconstruye su historia personal a través del humo y las colillas que iba apagando con la suela de sus zapatos. Lo mismo podríamos decir nosotros, pero en lugar de cigarrillos, nuestro hilo conductor son las lecturas que hemos compartido por correspondencia o en voz alta.

Pero no todo eran relecturas: “pruebas siempre nuevas de un amor infatigable”, como sostiene el escritor francés Daniel Pennac. Poco a poco comenzamos a comprar los mismos libros, en la misma edición, entonces uno de los dos comenzaba y dejaba en suspenso la lectura, para que el otro pudiera continuar al día siguiente. Así, hemos ido acumulando lecturas que sin darnos cuenta son parte de una misma que no termina y que, como la literatura, también resulta infinita.

No siempre acabamos los libros comunes y la correspondencia se corta. En ocasiones la rutina y la necesidad de otras lecturas más “urgentes” rompen el hilo de la historia. Pero no hay afán por terminar un libro, puede quedarse como otros tantos que están en la biblioteca sin terminar. Basta con que uno de los dos se entusiasme con una nueva lectura y al entrar en una librería pida dos ejemplares exactamente iguales. Sin importar haber dejado inconclusa la lectura anterior, comenzamos alegremente una nueva correspondencia, porque comenzar un libro siempre será un acto feliz.

En estos días estamos terminando el pequeño, divertido y doloroso libro de Olivier Bourdeaut, Esperando a mister Bojangles. La historia nos la cuenta la voz de un niño que crece en la familia más irreverente que nos podamos imaginar. La madre, quien le exige a su esposo e hijo que cada día la llamen de una manera diferente, fue internada en un manicomio. Ellos la “secuestran-liberan” y huyen disfrazados de millonarios norteamericanos a su castillo en el sur de España. Van por la carretera jugando a ser felices. La historia transcurre al ritmo de la canción Mr. Bojangles, de Nina Simone. Aún no sé cómo termina la novela, sin embargo, espero que cuando ella lea esta columna, me lea las últimas páginas del libro y pronto comencemos una nueva lectura por correspondencia.

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