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La decisión de mantener el uso obligatorio del tapabocas en las aulas de los colegios de ciertos municipios desconcierta. Bajo una falsa premisa de “cuidado”, se sigue sometiendo a la niñez a restricciones que afectan sus emociones y procesos de aprendizaje.
María José es profesora de transición de un colegio oficial de Cúcuta. A su aula llegan niños de cinco años que lentamente comienzan a usar las crayolas, luego un color triangular y, por último, un lápiz más convencional. Es el inicio de la escritura. El objetivo es que se acostumbren al instrumento, puedan sostenerlo y hacer trazos durante mayores periodos de tiempo. Para lograr esta habilidad se requiere tener fuerza en el hombro, el codo y la mano, de ahí la importancia del juego y la actividad física. Enseñar a escribir requiere constancia y muchas repeticiones. Cada trazo es un logro.
Durante la pandemia, estos ejercicios fueron transmitidos a los cuidadores, quienes muchas veces no tenían tiempo y paciencia. Era común, dice María José, que los adultos confundieran esta actividad con “hacer planas” y centraban su atención en la imitación; incluso creían que estaba mal “equivocarse”, lo que solía implicar maltratos o que hicieran la tarea por sus hijos.
Katerine ha sido profesora por más de diez años. Ella también trabaja en un colegio oficial de Cúcuta y enseña en tercero de primaria. Este año recibió a 175 estudiantes, de los cuales 40 llegaron sin tener una mínima competencia lectora: solo reconocían las letras. Los otros estaban muy por debajo del nivel que deberían tener para sus edades, pues no lograban comprender textos cortos y su lectura era silábica. Al hacer ejercicios en clase, los niños manifestaban dolor de cabeza y cansancio. En escritura, todo se limitaba a la transcripción, y mostraban deficiencia en el manejo espacial de la hoja y el uso del renglón.
María José y Katerine han implementado estrategias para intentar nivelar a sus estudiantes. No ha sido fácil, porque el regreso a las aulas ha estado marcado por miedos y por el uso del tapabocas. Este último ha generado distintas dificultades en la salud de los docentes. El esfuerzo por hacerse entender ha afectado sus gargantas al punto de quedar sin voz.
Para los estudiantes, el uso obligatorio del tapabocas también ha generado problemas en sus emociones y procesos de aprendizaje. Por ejemplo, los niños que tienen dificultades para socializar o problemas de dicción se retraen, lo que les aísla del grupo. Y cuando alguien se quita la mascarilla en el aula suelen presentarse episodios de ansiedad entre los compañeros.
Mantener el tapabocas en las aulas no cuida la salud de los estudiantes. En cambio, retrasa la urgente nivelación de quienes comenzaron su escolaridad en la pandemia. A este paso es posible que no hablemos de dos, sino de tres años perdidos en materia educativa. El mayor legado de Duque para el futuro del país.
Puntilla. El fin de semana pasado el director del Área Metropolitana de Cúcuta fue sorprendido manejando borracho por la Policía de Tránsito. Cuando le preguntaron al Alcalde Jairo Yáñez si le iba a solicitar la renuncia, respondió que se trataba de un “mal momento para un ciudadano”. Es cierto, Alcalde. También estamos viviendo un mal momento quienes creímos en su proyecto y en sus palabras, y nos equivocamos al elegirlo a usted.
