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Abrir una librería es un acto de amor por los libros, por una ciudad y por su gente. Pues, más que un espacio en el que se vende un producto es un lugar de encuentro: con la palabra y el mundo. Quizá por eso la noticia de una librería fue como si de golpe en Cúcuta se abriera otra frontera.
Posdata recuerda el último aliento de una carta: palabras que pueden sintetizar el universo en una sola línea. Su llegada ha sido un acontecimiento, porque en las librerías, además de buscar nuevas lecturas, también se va a conversar, aprender y, a veces, para orientarse. Esto último es uno de los aspectos más interesantes de la librería y que la diferencia de otros espacios que hay en la ciudad, pues sus libreros tienen la capacidad de recomendar poemas, novelas o ensayos, según la necesidad del visitante.
Como toda buena librería, también hay un espacio para leer y tomar café. En el caso de Posdata hay un ingrediente adicional, pues cuenta con un barista que prepara una variedad de cafés que él mismo cultiva en una finca en el municipio de Labateca, al sur del departamento. Las mesas están ubicadas en una terraza a la entrada, allí es posible comenzar la lectura, pero también se ha convertido en un espacio de tertulias en el que se discute sobre feminismo, ciudad y se inicia a los más pequeños en los clubes de lectura.
Hace algunos años, cuando abrieron la Panamericana, muchos nos alegramos porque se ampliaba la posibilidad de encontrar ciertas ediciones que no se conseguían en otras papelerías en donde también vendían libros. Sin embargo, era claro que la experiencia quedaba corta y podía ser, incluso, hostil: el ruido y el ritmo del centro comercial no permiten crear comunidad en torno a la literatura.
Posdata permite habitar la experiencia literaria de otra manera, hay una disposición distinta en el cuerpo que invita a quedarse en el lugar, pues el objetivo no es una transacción comercial. En este espacio los sentidos se expanden, a veces basta con tomar una edición y ojearla para sentir en el tono de ciertos pasajes un vínculo que puede durar años. Hay quienes leen las primeras páginas y ahí deciden. En mi caso adquirí una costumbre por amor: leer las últimas frases como parte de un ritual antes de llevarlos a casa.
En mi primera visita a Posdata encontré un libro que un amigo me había recomendado: El cielo que perdimos, de Juan José Hoyos. Sentado en la terraza fui pasando páginas de la novela y recordé una columna escrita hace tres años “Una ciudad sin librerías”. Me alegró saber que el texto ya envejeció, porque ahora, en Cúcuta, hay una librería con ciudad.
Puntilla. Basta con decir Putumayo para conocer la dimensión de la ignominia.