Prohibido votar en blanco

Arturo Charria
30 de mayo de 2018 - 09:00 p. m.

Por estos días muchos defensores de los valores democráticos quisieran prohibir el voto en blanco, como en otros tiempos se prohibía el voto a ciertos sectores de la sociedad. No es una prohibición explícita, sino que está cargada de esa sutileza arrogante que tienen los poseedores de “la Verdad”; buscan ilustrar a quienes deciden votar en blanco con todo tipo de argumentos, como si este voto no fuera en sí mismo una decisión tan válida y pensada como quien decide sufragar por Duque o por Petro. Olvidan estas “buenas gentes” que el voto en blanco existe como forma de sentar una posición clara de inconformismo e incluso una forma de protesta y de reafirmar una postura ante las dos opciones ofrecidas en el tarjetón. No es más valiente quien vota por el candidato “menos malo” o en contra de un posible “régimen dictatorial”, sino quien dice dos veces: No, una por cada candidato.

Cuando los críticos del voto en blanco dicen que esa elección es inmoral, irresponsable y antiética en relación con el futuro del país, es necesario responderles que sus argumentos están más cerca del autoritarismo, contra el que dicen luchar en caso del retorno del uribismo, que de la democracia y el pluralismo que tanto pregonan. Imponer su criterio con juicios de valor no sólo irrespeta la autonomía de los electores y el derecho que tiene cada individuo de elegir, sino que muestra esa tiranía propia de las mayorías cuando encuentran argumentos morales para legitimar su posición.

Es bien sabido que el voto, como la mayoría de los derechos, es una conquista social; pero su valor desaparece cuando el elector se siente constreñido en el momento de sufragar. John Stuart Mill, el pensador inglés y fundador del liberalismo político, consideraba que estas situaciones eran en sí mismas una amenaza contra la libertad y que imponer una forma de pensar apelando a los fines más nobles representaba una amenaza para libertad política: “Todo aquello que sofoca la individualidad, sea cual sea el nombre que se le dé, es despotismo”, escribió Mill en su célebre libro Sobre la libertad.

Votar en blanco no es votar por Duque, como están afirmando muchos, con argumentos que suenan a chantaje; o “lavarse las manos”, como dicen otros. Incluso, como repiten los más osados: “lo que está en riesgo es la paz: si no votan por este candidato, vuelve la guerra” y enumeran las atrocidades de nuestra historia reciente. Estos argumentos demuestran que la derrota de muchos no sólo se dio el domingo pasado, sino que sigue ocurriendo con cada frase usada para persuadir o atacar a quienes disienten de ellos en el debate público. Imponer la paz a través de un candidato que no convence a millones de electores no garantiza nada. Hay que ser enfáticos: votar en blanco no tiene que interpretarse como aprobación de uno u otro candidato, sino como un derecho y una opción real. Negar esto es negar la democracia como ejercicio deliberativo; pues, aunque las decisiones privadas tienen consecuencias colectivas, esto no obliga a los individuos a obrar según la voluntad de las masas.

La persona que vota en blanco no es alguien sin argumentos que espera a ser convencido por los poseedores de “la Verdad”, sino una persona desencantada e inconforme ante las opciones que se presentan. En el caso colombiano, ambas opciones profundizarán las tensiones existentes; situación que nos podría llevar, por vías distintas, a una misma guerra.

charriahernandez@hotmail.com

@arturocharria

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