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El fin de semana pasado, cientos de personas en Bogotá visitaron, por primera vez, un lugar que siempre estuvo ahí. Bastó con abrir una reja para que niños y adultos ocuparan jardines, bancas y caminos de la Plazoleta Núñez: un amplio corredor que comunica la Casa de Nariño con el Congreso de la República y que durante 20 años estuvo cerrado.
Quienes restringían el paso decían que era un asunto de seguridad nacional. Sin embargo, ni un Acuerdo de Paz alcanzó para devolver a los ciudadanos un espacio que por su naturaleza les pertenece. Ocurrió todo lo contrario, pues, durante los cuatro años del Gobierno de Duque, al cierre de la Plazoleta el expresidente le sumó el bloqueo de las calles que la circundaban. Esto limitó el ingreso a otros lugares de interés cultural como el Claustro San Agustín, recinto que desde 2019 acoge la exposición El Testigo, de Jesús Abad Colorado, una de las mayores colecciones fotográficas sobre la guerra en Colombia.
Pero no solo era la prohibición de ingresar a la Plazoleta Núñez, sino la hostilidad de un espacio lleno de vallas de contención, cadenas y armas que los miembros de la Guardia Presidencial mostraban con vehemencia cuando las personas se acercaban a sus alrededores.
Estos cierres y prohibiciones recuerdan el cuento de Óscar Wilde llamado El gigante egoísta, cuyo protagonista decide cerrar su jardín, impidiendo que los niños jugaran en él. Así lo narró el escritor irlandés a finales del siglo XIX.
-Mi jardín es para mí solo -dijo el gigante-. Todos deben entenderlo, y no permitiré que nadie que no sea yo lo disfrute.
Entonces lo cercó con un alto muro y puso el siguiente cartel: QUEDA PROHIBIDA LA ENTRADA BAJO LAS PENAS LEGALES CORRESPONDIENTES.
Al igual que en el cuento de Wilde, el cerramiento de la Plazoleta es un ejercicio de poder que, lejos de preservar los bienes, aleja a las personas y convierte lo público en algo intimidante. En el caso del gigante, los muros impidieron la entrada de los niños, pero también la llegada de la primavera. Por su parte, cuando Iván Duque decidió ampliar el cerramiento que rodeaba la Casa de Nariño, no aumentó la seguridad, sino su aislamiento sobre aquello que pasaba al otro lado de las rejas. Las barreras, como los muros del gigante, fueron parte de la cárcel que construyó para sí mismo.
En el cuento el protagonista se redime, abre su jardín y regresa la primavera. En Colombia la reja se abrió y la gente está feliz ocupando un espacio que antes tenía prohibido. Quizá la metáfora más grande está en esa nueva posibilidad que ahora tienen las personas, la de sentir que la ciudad y lo público también les pertenece.
Puntilla. Por motivos laborales pondré en pausa mi columna semanal. Espero volver pronto para acompañarles los jueves o a veces los viernes.