La madrugada del 19 de mayo de 1997, un escuadrón armado entró a un edificio ubicado en Chapinero, Bogotá. Los asesinos llegaron vestidos con overoles negros, amarraron al portero del edificio y subieron con pesadas botas los siete pisos hasta donde se encontraban Mario Calderón, Elsa Alvarado y su hijo Iván, quien tenía poco más de un año. Esa noche también estaban en el apartamento de los investigadores del CINEP, los padres de Elsa: Carlos y Elvira. Mario, Elsa y Carlos fueron asesinados, Elvira quedó herida. Iván sobrevivió, pues lo último que hizo su madre en vida fue esconderlo en un armario.
La masacre anunciaba la llegada de las Auc a Bogotá, así como el inicio de operaciones conjuntas entre el Ejército Nacional, organismos de seguridad del Estado, y grupos paramilitares.
Esa misma alianza, que sumaba miles de vidas y territorios arrasados entre Chocó, Antioquia y Córdoba, llegó a Mapiripán, Meta. El 12 de julio de 1997, 120 hombres pertenecientes a las Auc salieron desde Urabá en dos aviones militares y aterrizaron en San José de Guaviare. Tres días después, los paramilitares llegaron por río hasta Mapiripán. Durante varios días torturaron y asesinaron a decenas de habitantes. En la sentencia de 2005 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos se recorre un horror sin nombre: “Todas las noches yo miraba pasar gente secuestrada, con las manos amarradas atrás y amordazadas en la boca, para ser cruelmente asesinadas, en el matadero municipal de Mapiripán, escuchábamos todas las noches gritos de personas que estaban siendo torturadas y asesinadas pidiendo auxilio”. Relató uno de los sobrevivientes.
En 1997 las Farc consolidaron una de las estrategias más abominables que dio la guerra: tomas, asesinatos y secuestros a miembros de la fuerza pública. La primera de ellas ocurriría un año antes, el 30 de agosto de 1996, en Las Delicias, Putumayo: 28 militares murieron ese día, 16 más quedaron heridos y 60 fueron llevados selva adentro retenidos, como los llamó la guerrilla. Por casi 300 días los tuvieron secuestrados. Unos meses después, el 21 de diciembre de 1997, las FARC se toman el cerro de Patascoy, ese día murieron más de 30 militares y 35 más fueron secuestrados. En los meses siguientes la misma escena se repetiría en Caquetá Guaviare y Vaupés.
Para muchos, ese año comenzó la guerra, como quedó escrito en un titular de El Tiempo de finales de 1997. Por esos mismos días, María Mercedes Carranza publicó El canto de las moscas, en sus versos intentó recoger la devastación que arrasó a municipios enteros. Sobre Mapiripán escribió:
Quieto el viento,
el tiempo.
Mapiripán es ya
una fecha.
A los pocos días de los asesinatos de los investigadores del CINEP, Mauricio Archila, amigo de Mario y Elsa, le escribió una carta a su pequeño hijo tratando de explicarle tanto dolor vivido en el país: “Solo gente como tú puede salvar este mundo, ya que nosotros, nuestra generación no pudo. La esperanza se oculta en días como hoy, que son más oscuros que cualquier noche”.
Han pasado 25 años desde aquel 1997. Y, tras un fin de semana en el que medio país fue confinado por un paro armado decretado en once departamentos, no puedo dejar de pensar si alguna generación podrá salir de este laberinto llamado Colombia, en donde siempre parece ser de noche.
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