Esta columna inicia una serie de análisis enfocados en el Programa de Gobierno del Pacto Histórico, 2022-2026. Colombia, Potencia Mundial de la Vida, situándolo dentro del contexto de los desafíos planetarios. Están animadas por la hipótesis de que para comprender la propuesta del Pacto Histórico, y por tanto lo que está en juego, debemos considerar seriamente su relación con dichos desafíos. Mi interés es contribuir a entender el Programa de forma amplia para así abrir una conversación crítica pero que evite lecturas estrechas y reduccionistas. Como lo expresa el Programa, este “está concebido como el inicio de una transición, que en lo inmediato hará posible la vida digna.” ¿De qué se trata dicha transición? ¿Cómo se expresa en los diversos componentes del Programa?
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Entre los desafíos planetarios más impactantes se encuentran la extinción masiva de especies (la “sexta extinción”); el aumento exponencial del uso de recursos naturales y energía durante las últimas siete décadas, causante del colapso climático (la “Gran Aceleración”); y las obscenas desigualdades a nivel mundial (el 10 % más rico de la población controla el 85 % de la riqueza del mundo). Para muchos movimientos sociales y líderes mundiales, esta problemática social y ecológica sin precedentes es el resultado de un “patrón civilizatorio” que hace imposible la reproducción de la vida. Dicho patrón es resultado de varios siglos de expansión de la cultura occidental moderna, que produjo una forma particular del ser humano como “naturalmente” individualista, competitivo y calculador. Resaltan estos debates las dimensiones antropocéntrica, capitalista, patriarcal y racista de dicho patrón, enfatizando que ha llegado a sus límites absolutos en lo ecológico y lo social, situación para la cual los pueblos indígenas han acuñado el potente concepto de terricidio.
Estos desafíos nos indican que el modelo actual de vida y de sociedad no es bueno ni para los humanos ni para el planeta, algo muy evidente en Colombia. Nuestro país es clasificado como uno de los más desiguales, corruptos y violentos del continente (a veces del mundo), con el segundo índice de desplazados internos más alto del planeta, todo esto reflejado en la pobreza de la mayoría, la intolerable desigualdad de la tenencia de la tierra (1 % de los propietarios poseen 80 % de la tierra cultivable) y la devastación ambiental de los territorios causada por las operaciones extractivas mineras y agrícolas a gran escala.
Una crisis civilizatoria ocurre cuando los problemas causados por dicha civilización no pueden ser resueltos con sus propias herramientas o paradigmas. Las soluciones a la crisis planteadas por la ciencia, la tecnología y las políticas angustian por insuficientes. Por tanto, es ineludible contemplar seriamente la construcción de nuevas matrices civilizatorias, haciendo uso de ideas diferentes a las que estamos acostumbrados. Es imposible predecir cómo serán esos modelos, pero tienen que estar enfocados en crear condiciones para que los humanos reaprendamos a coexistir con los no humanos y con la Tierra de forma mutuamente enriquecedora, a través de la regeneración del entramado de relaciones que subyace la vida (“Soy porque Somos”). De este principio se deriva el concepto aglutinador del Pacto Histórico: Colombia, Potencial Mundial de la Vida, y su objetivo de propiciar el Buen vivir o Vivir Sabroso de todas y todos y la reintegración con la naturaleza. Por esto habla de “transiciones”.
Hay muchas formas de concebir las transiciones. Los países ricos ven en ellas un potencial de riqueza corporativa con base en “economías verdes”, sin renunciar a la ilusión del crecimiento ilimitado y la acumulación capitalista. Esto asume continuar con el modelo extractivista, como lo han hecho hasta ahora todos los gobiernos de derecha y de izquierda del continente. Pero se trata de cambiar el sistema; las transiciones tienen que ser integrales, abarcando el modelo productivo y la reintegración entre el sistema social y el ecológico. A este objetivo apuntan muchas de las dimensiones del Programa, tales como sociedad cuidadora, vivir sabroso, transición energética, soberanía alimentaria, Derechos de la Naturaleza, economía posextractivista para la vida, justicia social y ambiental, salud para la vida y no para el negocio, un nuevo paradigma de política para los cultivos ilícitos desde los territorios y con las comunidades y la democratización del conocimiento y la educación. El Programa hace eco de la transición ecosocial justa e integral propuesta por el Pacto Ecosocial del Sur, suscrito por miles de movimientos e intelectuales de todo el continente (https://pactoecosocialdelsur.com/).
Leer el Programa del Pacto Histórico en “clave civilizatoria” significa considerar la hipótesis de que este podría ser un portal hacia transiciones socioecológicas para Colombia. Que estas sean genuinamente innovadoras y no meramente reformistas (así haya que pasar por todo tipo de reformas), dependerá en parte de cómo se entienda la coyuntura planetaria. Más allá del cambio climático, esta perspectiva conlleva poner sobre el tapete las nociones imperantes de la economía, de lo humano, de la vida y de la Tierra; además de anquilosadas, son responsables de hacer al mundo cada vez más desigual y violento. Si el ser humano moderno está destruyendo las condiciones de la existencia, ¿cómo responder a este desafío? ¿Estaremos ante el umbral de una nueva era, la era de la vida y de la Tierra?
El Pacto Histórico reconoce esta apertura planetaria y propone una conversación nacional sobre otros futuros posibles, algo que los gobiernos, organismos internacionales, corporaciones y la academia siguen eludiendo. Entender dicha conversación a profundidad requiere escudriñar el trasfondo filosófico de la cultura moderna (como proponemos en estas columnas), entendiendo que a través de los siglos ha colonizado los espacios de vida de la mayoría de las sociedades. Quizás descubramos que las ideas que han dominado el mundo por más de 200 años –el liberalismo, la democracia representativa, el individuo, la supremacía del “hombre” sobre la naturaleza– se están desmoronando junto con los icebergs que el calentamiento global deshiela; esas ideas hacen sobrevivir un capitalismo cada vez más destructivo, no apto para la vida. Y quizás nos demos cuenta de que esta condición planetaria requiere otro tipo de pensamiento que, incorporando muchos aspectos de la ciencia y la tecnología occidentales, debe ir más allá de ellas para resanar sus efectos dañinos y su actual sometimiento al capitalismo destructivo.
Desmontar paulatinamente dicho modelo requiere de un pacto histórico con la Tierra y con las y los nadie y una gran movilización creadora hacia otros modos de habitar el país y en la Tierra. Dos factores claves para este trayecto serán el papel de las derechas, por un lado; por el otro, la relación que el gobierno mantenga con los pueblos y movimientos sociales. Serán estos quienes mantengan la mayor vigilancia sobre las acciones del estado, pues en últimas son estos quienes proponen e impulsan muchas de las ideas y energía para las transformaciones anheladas.
Estas notas, que confío entregar cada dos semanas, son una invitación a imaginarse activamente otras Colombias posibles, a aprender léxicos de vida nuevos y a observar y pensar sobre lo que va ocurriendo sin reaccionar desde las convicciones de siempre. Mi propósito no es analizar las políticas del Programa, sino proponer un marco para su comprensión desde la perspectiva de las transiciones socioecológicas. ¿Cómo están hechas la economía, la alimentación, la salud, la educación, las ciudades? ¿Se pueden diseñar de otras formas? Todas y todos, no solamente los expertos, tenemos algo que decir al respecto porque todxs estamos implicadxs. Todas y todos pensamos, ponderamos y soñamos. Las transiciones ya están en marcha con muchas de las acciones de colectivos y movimientos sociales, quienes nos invitan a construir imaginarios y opciones colectivas al callejón sin salida de la Colombia actual. Llaman a repensar lo que estamos acostumbrados a considerar como posible. (Comentarios y críticas son bienvenidas, especialmente en el espíritu de la perspectiva del cuidado).