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Hacia una sociedad pospatriarcal

Arturo Escobar

15 de diciembre de 2022 - 08:51 a. m.

“El cambio es con las mujeres” es el título de la primera de las tres grandes partes del programa de gobierno del Pacto histórico para las transiciones hacia una Colombia potencia de la vida. Contempla lineamientos feministas conocidos, tales como la autonomía económica frente al hombre, la igualdad en la representación política, el derecho a una vida libre de violencias y a decidir sobre sus cuerpos y la garantía de los derechos sexuales y reproductivos; también incluye diversas políticas sociales para cerrar brechas de género, garantía a la propiedad de la tierra y el reconocimiento del papel fundamental de las mujeres campesinas en las transformaciones rurales.

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Finalmente, introduce temáticas recientes de los feminismos latinoamericanos centradas en la defensa de la vida, acogiendo la premisa de que las mujeres son las “cuidadoras y tejedoras de la vida y la paz” por excelencia, reconociendo su papel preponderante en la construcción de la paz y la economía para la vida desde los territorios. A este respecto, resalta la importancia del reconocimiento, compensación y redistribución del trabajo del cuidado, algo hasta ahora poco pensado por los gobiernos. La creación del Ministerio de la Igualdad, bajo el liderazgo de la vicepresidenta, Francia Márquez, se propone como el espacio para avanzar en estas políticas de forma integral, reflejando el hecho de que el feminismo contemporáneo es mucho más que “asuntos de mujeres”, abordando el respeto a las diversidades étnicas, sexuales, LGTBIQ+, de capacidades e intergeneracionales y la defensa del medio ambiente, entre otros aspectos.

La centralidad de la mujer y del género en un programa de gobierno es una respuesta necesaria a la persistencia del patriarcado en las sociedades, así como reflejo del acumulado histórico de las transformaciones propiciadas por los feminismos mundiales y latinoamericanos. Las brechas existentes en la mayoría de los campos de la actividad económica, las múltiples violencias contra los cuerpos feminizados y racializados y las disidencias sexuales, incluyendo los feminicidios, la xenofobia y el resurgimiento de regímenes neofascistas representados por “hombres fuertes” (los Trumps, Bolsonaros, Erdoğans, Netanyahus y Ortegas del momento) son signos de la persistencia, y en algunos casos recrudecimiento, de sociedades profundamente patriarcales. Al mismo tiempo, es innegable que las mujeres han logrado transformaciones sociales impensables hace cincuenta años en muchos dominios de la vida social, política, económica y artística, ya sea desde acciones cotidianas individuales o desde las luchas lideradas por sus movimientos organizados. Las mujeres se han convertido en actrices políticas de excepcional importancia.

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No se puede hablar de feminismo en singular. En América Latina, hay un rico espectro de feminismos —negros, indígenas, comunitarios, autónomos, lésbicos, trans, campesinos, populares, ambientalistas, de(s)coloniales—. Sería imposible hacer justicia a esta riqueza de movimientos, autoras, visiones y propuestas en esta corta nota. Tomados como un todo, quizás junto a los ambientalismos y los movimientos étnicos, estos feminismos constituyen el hecho social, intelectual y político más sobresaliente en el continente, a tal punto que todo gobierno verdaderamente progresista tiene que abordar de forma decidida los desafíos transformadores derivados de los feminismos.

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Desde las perspectivas feministas, el patriarcado es la forma de jerarquía y dominación más antigua del mundo. La humanidad aprendió a dominar en el cuerpo de la mujer. Desde mediados del siglo pasado ha habido elocuentes debates centrados en preguntas tales como: ¿Cuáles fueron los orígenes del patriarcado? ¿Es el patriarcado universal, o ha habido sociedades no patriarcales? ¿De qué forma han traducido las diversas sociedades las diferencias biológicas en jerarquías sociales que han perpetuado la dominación de las mujeres y la devaluación de lo femenino? ¿Cómo se articula el capitalismo con la dominación y la violencia patriarcales? Y, muy importante, ¿cómo han adquirido poder las mujeres a pesar de los regímenes opresivos bajo los cuales les ha tocado vivir?

Como proceso social, político y cultural, el patriarcado es perpetuado a través de prácticas discriminatorias en todos los ámbitos de la sociedad (educación, economía, política, salud, arte, etc.). A través de los siglos, ha ido constituyendo un complejo entramado con el capitalismo, el colonialismo, el racismo, el antropocentrismo y la heteronormatividad que las mujeres y todo el espectro conocido como LGTBIQ+ ha desafiado y buscado desmantelar. A esta situación apunta uno de los conceptos claves de los feminismos contemporáneos, la interseccionalidad. La interseccionalidad es un abordaje que permite entender cómo las diferentes opresiones (no sólo de género, sino también de clase raza/etnia, sexualidad y localidad) se refuerzan entre sí, cuestionando los universalismos de la “mujer” y de lo “humano” albergados en la concepción individualista liberal.

Es importante resaltar, como parte del análisis interseccional, que estos procesos de dominación también están atravesados por la relación desigual entre mundos y conocimientos. Como cosmovisión u ontología, el patriarcado privilegia la jerarquía, el control, el poder, la negación de otras y otres, la apropiación y, en última instancia, la violencia y la guerra. Al entroncarse con el capitalismo, el patriarcado naturalizó la agresividad y la competencia como rasgos de la existencia humana. Pero desde una perspectiva antropológica, el humano no está predispuesto genéticamente a ningún comportamiento en particular, sino que toda forma de ser humano se construye en un contexto social determinado. “No se nace mujer, se llega a serlo” (u hombre), como dijera Simone de Beauvoir hace más de setenta años; los roles sociales basados en el sexo o el género son históricamente constituidos, y por tanto alterables, como queda cada vez más claro con los movimientos trans y no binarios.

Las sociedades patriarcales capitalistas han cultivado culturalmente un tipo de masculinidad que promueve la violencia sobre la mujer, las personas racializadas y sexualizadas, y contra la naturaleza, pero igualmente podemos construir sociedades basadas en el cuidado y el reconocimiento de la diferencia y la interdependencia. Algunas investigadoras (Ximena Dávila y Humberto Maturana en Chile y la psicóloga alemana Gerda Verden-Zöller) proponen que la historia evolutiva de la especie nos enseña que el humano es un animal que vive en el amor, no en la agresión. Son cuidadosas en advertir que no hablan del amor en el sentido moral sino biológico, refiriéndose al humano como un primate cuya evolución expandió su inteligencia a partir de una biología del amor, propiciadora de la cooperación y la participación. Al racionalizar la agresión, por el contrario, las sociedades capitalistas niegan este aspecto evolutivo que debemos recuperar si queremos transcender la civilización del miedo, el individualismo y la competencia. Vivimos en sociedades emocional e intelectualmente pobres como resultado de la preponderancia de esta ontología patriarcal.

Un gobierno con las mujeres puede concebirse de muchas formas. En sus dimensiones más profundas, involucra transiciones socioculturales, económicas y ecológicas del “proyecto de las cosas” al proyecto de la interdependencia, del homo sapiens-aggressans al homo sapiens-amans, del humano agresivo al humano que cuida. Dichas transiciones demandan toda una “política en femenino” centrada en la producción y reproducción de la vida, el respeto y la defensa de los cuerpos, los comunes, los territorios y todo lo vivo, desde éticas de la reciprocidad y el cuidado. Esta es una condición indispensable para lograr el objetivo de toda sociedad convivial: arribar a un modo de vida caracterizado por prácticas y comportamientos que permitan que las otras/otres emerjan como legítimas otras/otres en la convivencia.

Es el momento histórico de profundizar en Colombia las propuestas intelectuales y políticas feministas para avanzar en el camino de construir una sociedad pospatriarcal, posracial, postcapitalista, pacífica y en armonía con la Tierra. La sociedad será cuidadora si deviene feminista.

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Por Arturo Escobar

Investigador-activista de Cali, Colombia, interesado en las luchas territoriales contra el extractivismo, las transiciones pospatriarcales, posdesarrollistas y poscapitalistas y el diseño ontológico. Miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias.
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