En la reciente edición del libro Para leer el Ulises de Joyce (Ícono, febrero 2025) hay una mezcla de datos sobre el origen y nacionalidad de su autor, Joe Broderick. En la contracarátula exterior se informa que es ciudadano irlandés radicado en Colombia hace más de medio siglo. La solapa lo presenta como nacido en Melbourne, Australia. Agrega que el expresidente Santos le otorgó la nacionalidad colombiana.
Puede ser que esta mezcla sea intencional; puede no serlo. Si fuera intencional, los editores habrían ofrecido a conciencia esta proliferación de ciudadanías a manera de preparación subliminal del lector ante la audacia de emprender la lectura del Ulises de Joyce, una novela que muchos sienten miedo de abordar.
Aquí reside exactamente la audacia de Broderick, quien durante diez años recibió en su pequeño apartamento bogotano a personas ansiosas de entrarle a Joyce. Con gran paciencia y echando mano de su pericia teatral, este profesor se encargaba de espantar el miedo y de hacer sentir la poesía de esta obra maestra.
Para leer el Ulises de Joyce ofrece en 300 páginas una desmitificación del mito. El principal obstáculo es el uso que hace Joyce del monólogo interior, una corriente de pensamiento espontánea y desordenada que a comienzos del siglo XX pocos autores se aventuraban a explorar en los personajes de sus obras.
El libro de Ícono abre para los lectores comunes no solo la experiencia de navegar con fruición por las mentes juguetonas de los protagonistas, sino de voltearse hacia su propio interior para percibir en sí mismos ese hecho incontrastable pero oculto de ese funcionamiento perpetuo de sus cerebros.
Al mismo tiempo ofrece “en vivo y en directo” un conocimiento de ese extraño país de origen gaélico e historia subalterna de Inglaterra, que luchó a comienzos del XX por su independencia, tuvo sus héroes, sus muertos, se dividió en dos y al cabo entró en una especie de marasmo. De hecho, muchos de sus ciudadanos emigraron hacia Inglaterra, América, Canadá y Australia. Es el caso del mismo Broderick y su confluencia de nacionalidades.
“Con solo volver a leer unas páginas de Ulises, me siento trasladado a Dublín, su río y sus calles. Allá veo cómo todo sigue igual de siempre —escribe hoy Broderick—. Cuando fui a vivir en Irlanda en 1977, con mi esposa y nuestros dos hijos, encontré ahí en el mismo lugar la casa de subastas (...) Setenta años habían pasado (desde cuando Joyce escribió) pero en el querido y sucio Dublín poco había cambiado”.
Este dato da para pensar por qué se afirma que Ulises no es solo una novela sino una epopeya. Lo escribió mientras vivía en Trieste, Italia y Zúrich, Suiza, en un exilio autoimpuesto. Y efectivamente reconstruyó ese sucio país donde había nacido, gracias a su prosa. Desde lejos lo reconstituyó a punta de nostalgia. Penetró como nadie en la interioridad de sus compatriotas, de modo que lo refundó en sus esencias, en su lengua y en su fuerza interior.