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Se acaban de cumplir los nueve meses (¡un parto!) de un gobierno distinto en este país de historia homogénea. Y de nuevo se corrobora la sabiduría del proverbio que dice “se hace campaña en poesía, pero se gobierna en prosa”.
La poesía es la penetrante iluminación que tiene el hombre para contemplar y consignar su vida. En Colombia sucede que la historia de los versos ha sido predominantemente almibarada. Por eso estos libros no se venden, se leen poco, huelen a naftalina. No obstante, perduran algunos destellos.
Ejemplos de estos brillos, referidos a cielos, aves, naturaleza: “Noé embarcó la fauna, pero olvidó la flora” (Luis Vidales); “Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro” (Aurelio Arturo); “Los pájaros yacen, cansados de sostener el cielo” (Rogelio Echavarría); “Y nos mostró en la palma un huesecillo de pájaro como si en él hubiera alguna lección” (José Manuel Arango).
Las campañas políticas ruedan sobre formulaciones de largo plazo que abren el porvenir de un pueblo. Son las promesas de los candidatos. De ahí que intenten conmover y convencer a las mayorías. Traen del pasado los ejemplos de los fundadores y héroes que cabalgan quietos en las estatuas.
Un aspirante a alto cargo procura hablar lo más parecido a un poeta, así sus verdades no sean aliadas de la realidad y sus ofertas engañen. De todos modos hace su campaña en poesía. Una vez en el trono, deja salir a flote la prosa ordinaria del engaño y de los compromisos adquiridos con sus financiadores y futuros dadores de contratos. Por eso gobierna en prosa.
Hay una variedad de esta conducta. Sucede cuando el político triunfador, no solo hace campaña en poesía, sino que ya instalado en el sillón de mandatario continúa en este tono poético de sostenedor del cielo. El poder lo hace creerse redentor, enviado e iluminado. Se ha engolosinado con su propio verbo y reitera en el tiempo la poesía del mundo ideal gracias a la cual ganó en las urnas.
Esta persistencia descubre una ignorancia sobre las características de la prosa. No en vano se habla de ‘lo prosaico’ para aludir al trabajo duro de la puesta en acción de los ideales. En efecto, las obras humanas son una mezcla de ilusión, pasión, fuego, y fuerza en los músculos, sudor, planeación y perseverancia.
La administración de la cosa pública es un asunto cada vez más enmarañado, técnico, preciso y colaborativo. Es imposible organizar una sociedad y cambiar el estado de las cosas sin sumar las voluntades y el ánimo de las diferentes capas que componen la población.
Esta labor de conjugar los brazos para empujar del mismo lado se asemeja a la trama y urdimbre de un tejido. Las mujeres y los indígenas son quienes más saben de esta artesanía, de la paciencia, la armonía, la suma de generosidades que exige. Ellas y ellos, además, conocen la disciplina y el cuidado necesarios para conjugar poesía y prosa en una estética, en la forma terrestre de tomar el cielo por asalto.
