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Cerros orientales, generoso pulmón clausurado

Arturo Guerrero

21 de enero de 2022 - 12:00 a. m.

Los cerros orientales de Bogotá son un fuelle de vida desperdiciado. Las dos últimas alcaldías se empeñaron en cerrar los senderos a los que suben muchos capitalinos para sentirse en la naturaleza. Con la disculpa de hacerles mantenimiento, señalización y estudio de carga, han clausurado intermitentemente sus accesos.

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En el caso de la quebrada La Vieja, dos entidades se pasan la pelota para esquivar los reclamos: el Acueducto y la CAR. Formulan planes en papel, pegan cartelitos preventivos en los árboles y anuncian que ya casi los reabrirán.

En uno de los ensayos de apertura implantaron el requisito de inscribirse en internet en la víspera para obtener permiso. Esta especie de pico y placa resultó odiosa y su efecto ha sido aburrir a los visitantes. Nadie sabe si al otro día lloverá o se le presentará algún imprevisto. El llamado de la montaña es una iluminación al amanecer.

A comienzos de 2020, antes de que el coronavirus hiciera su presentación en sociedad, ingeniaron un carné de Caminante Frecuente que facilitaba las cosas a los asiduos. Luego de varios papeleos y esperas, los privilegiados recibieron la escarapela.

Vana solución, pues a las autoridades les cayo de perlas la pandemia para incrementar el cerrojo. Entre las prohibiciones fulminantes para no contagiarse incluyeron el ascenso a los cerros. Encumbrarse a la montaña quedó como actividad igual de peligrosa a las fiestas en bares o a las aglomeraciones en recintos cerrados. El carné se declaró en suspenso.

Las disposiciones sobre las alturas tutelares parecen tomadas por burocracias que no ponen un pie en estos caminos de indios, quebradas, pájaros y abejas. Cortan el oxígeno y el aroma de las plantas a los ciudadanos que precisamente requieren de ellos para no contagiarse.

En la atmósfera superior capitalina está la medicina. Recorrer los senderos equivale a aspirar el aire que no dan en ninguna Unidad de Cuidado Intensivo. El último sitio donde podría atacar el virus es allá arriba. Como dice la fundación Cerros de Bogotá, “los cerros nos salvan”.

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El Acueducto argumenta que cierra los cerros “por mantenimiento”. El eficiente grupo “Amigos de la Montaña” respondió el 9 de enero que “la verdadera razón es el tiempo que están tomando ustedes para establecer nuevos contratos con sus operadores”.

¿Cuántas enfermedades concomitantes al COVID-19, desaliento, temores, insomnio, fallas del metabolismo, depresión, se podrían evitar si las montañas a la mano fueran un canal libre a la recarga de energía general? ¿Cuánto pagarían muchas ciudades encementadas por tener en sus flancos el más generoso pulmón perfumado?

Pues bien, los colombianos ­―porque la capital es albergue para todos― languidecen entre noticias sobre contagiados, sin posibilidad de gozarse sus cerros. Franquear los senderos, rehabilitar los derechos adquiridos por el carné de Caminante Frecuente, orientar la seguridad y hacer menos fastidioso el control de carga, serían medidas de salud pública y de felicidad compartida.

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