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Dos ejemplos del temple colombiano. León Octavio Osorno, multiartista antioqueño, radicado por mucho tiempo en Cali, creador de la caricatura “Balita” y del país utópico Villamaga, realizó un programa de radio que enviaba por WhatsApp a los amigos. Como no tenía patrocinadores ni publicidad, iniciaba su espacio aclarando que era hecho “con las uñas, pero limpias”.
Cuando X aún se llamaba Twitter, el usuario @inversaus trinó así sobre su estado interior: “el ánimo en el piso, pero el piso limpio”. Este par de ejemplos, bastante similares, señalan un rasgo de nuestra personalidad, que también se puede interpretar de dos maneras.
La primera es la manía de mantener la casa, la ropa y el aspecto exterior en condiciones pulcras. Esto con el fin de exponer ante los demás una figura impecable, llena de salud y prosperidad. Con el tiempo y la cantaleta de los mayores, la limpieza se ha convertido para muchos hogares en una chifladura, en la obsesión por que todo relumbre.
Así, no importa tener que trabajar gratis —es decir, con las uñas— ni arrastrar la moral por el piso. Lo decisivo es que tanto las uñas como el piso estén limpios. Es decir, que nadie note la pobreza, que el mugre no empañe el alma, y así los conocidos crucen sin mirar por encima del hombro al desgraciado.
Se podría pensar que este par de conductas pulcras significaran un rescate de dignidad en medio de las penurias de la vida. Algo así como una marcha hacia el cadalso con la cabeza en alto y la oferta del cuello servida a la guillotina. No obstante, esta conducta terminaría por ser una consolación post mortem. Se repetiría hasta el infinito sin que la dura realidad cambiara.
Más vale interpretar la pulcritud exagerada como el esfuerzo por salvar de la miseria la porción de piel y de indumentaria que está al alcance de la mano. Los colombianos estarían curtidos de trabajar a medio sueldo, de vender humo en una esquina y de soportar las enfermedades mentales consiguientes, pero siempre manteniendo en alto la respetabilidad.
Desde esta perspectiva, serían invencibles pues estarían demostrando la secreta vivencia de valores más apreciables que el dinero. Arrastrarían en vano las hojas de vida de oficina en oficina y al final descartarían ofertas deleznables porque perciben que algo más alto es lo suyo.
Al final de la tarde volverían a la casa y esta casa brillaría. Brilla gracias al solitario esfuerzo personal o familiar que no se desanima y sigue aguardando un destino más parecido a su percepción de dignidad. Un país esforzado y hábil se defiende así de las miserablezas diarias, anuales y centenarias. Y cría hijos inyectados de orgullo, que reproducirán la incesante hazaña de sus padres, con la mirada puesta en alto.
Así pues, el tesón de quienes trabajan con las uñas, pero limpias, y arrastran en ocasiones su moral por el suelo, pero limpio, es un atributo de gentes que alzan sus manos y su ánimo por encima de las tribulaciones y que se preparan en penumbras para tareas que de verdad los haga íntegros.
