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Darío Gómez y la fatalidad del guaro

Arturo Guerrero
05 de agosto de 2022 - 05:30 a. m.

“Otro amor te engañó y tú engañaste el mío”: así encadena la historia humana Darío Gómez. Así condena al fracaso toda relación de pareja el ídolo de multitudes, recién muerto. Durante medio siglo compuso y entonó las desgracias que las mujeres les propinan a los hombres. Todas ellas, a todos ellos. Y solo ellas a ellos, no al revés.

¿La solución? Guaro, lágrimas, tabernas, caballos para los que puedan, la tumba y la cruz. “Y que vengan viejas pa´ pasarla cabrón”. ¡Bonito legado del arte para un pueblo lleno de dolor! Suenan guitarras, trompetas, violín, acordeón, el mismo acompañamiento del mariachi. Nuestro cantante calza botas hasta la rodilla, se amarra un corbatín, cruza en equis una ruana, se corona con sombrero más modesto que el de sus pares mexicanos.

Darío recoge una cosecha de símbolos, sembrada entre nosotros desde comienzos del XX por el cine azteca. Allá tuvieron la revolución de Pancho Villa, acá el reguero de violencias de los dos últimos siglos. Los ganadores han sido los empresarios del tequila y el aguardiente.

“Hoy me avergüenza saber que tanto te amé”: el amor como causa del despecho y como motivo de sonrojo. Ninguna tabla de salvación para este sentimiento que es y ha sido motor de la más alta humanidad. Hasta el colmo del oprobio: “debías de matarme para ya olvidarte”.

Como si lo anterior no fuera suficiente, el rey del desengaño plantea una filosofía implacable. “Aunque pasa el tiempo, tarde o temprano se encuentra lo que va a ser para uno, nunca es para los demás… Aunque se tome otro rumbo lo que va a ser para uno se lo tiene que encontrar”.

Sin importar los años transcurridos ni los caminos de la vida, el destino está marcado para cada persona como un hierro. Fatalmente lo que ha de ser será. ¿Quién designa esa suerte? No se sabe, seguramente la fatalidad, en todo caso ni la voluntad ni el esfuerzo personal.

Pero hay más: “la dicha no la hicieron para todos… Sufrirás, llorarás mientras te acostumbres a perder, después te resignarás cuando ya no me vuelvas a ver”. De modo que la felicidad es escasa, no es moneda corriente, seguramente no va a ser para uno. Así que la ruta habitual sigue estos pasos: sufrimiento, llanto, costumbre y resignación.

Uf, pesada carga la que cuelga Darío sobre sus fanáticos, mientras llora sus “lágrimas que se mezclan en una copita de licor”. Con razón concluye que “así es como todo va pasando a la historia. No queda más que la nostalgia del ayer”. Si “todo lo acaban los años” y si “con el tiempo no queda ni la tumba ni la cruz”, el circuito de la vida se proyecta sobre la nada del más allá en un sinsentido cerrado.

A modo de consolación propia, el rey del despecho se atribuye una misión personal: “yo nací para distraer el dolor”. Así despoja al dolor de la brizna de dignidad que podría atribuírsele. En lugar de desafío, aprendizaje o forja, el dolor queda convertido en estorbo cuya única compensación es la distracción, el entretenimiento.

arturoguerreror@gmail.com

 

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