¿Habrá mejor remedio contra la melancolía de estos tiempos que la música? Desde mediados del siglo pasado hasta hoy, los compositores, intérpretes y cantantes populares han entregado el antídoto contra la turbación imperante. De ahí que las juventudes bailen y entren en ensueños que los elevan.
Basta repetir muchas veces una melodía con su letra, para sacudirse el sinsentido. Podría comenzarse en 1966 con Jim Morrison, líder de The Doors, y su Light my fire. No importa el idioma, ni el país de origen, lo fundamental es el impacto de este rock sicodélico sobre el oído y el cerebro.
Algo semejante sucede con Hotel California, compuesto por The Eagles diez años después. Hace poco, una emisora de radio colombiana dedicó varias horas a transmitir las innumerables versiones de este clásico que está fijado en el inconsciente de varias generaciones. Sus instrumentos y melodías pegajosas trasladan la imaginación a un viaje por carretera, al final del cual los espera una bella endiablada.
Más recientemente, hay un rockero fenomenal, nacido en 1977, y considerado “el guitarrista de blues más grande del mundo”. El neoyorkino Joe Bonamassa canta y rasga un instrumento que conoce desde sus cuatro años pues su padre era comerciante de guitarras. Sus conciertos son exaltación de multitudes.
Norteamericanos e ingleses, como Bob Dylan –Nobel de literatura–, Sting y Amy Winehouse, suenan y suenan por los canales de difusión musical para sostener el firmamento a punta de rasgados de guitarra y clamores. El rock, en todas sus variedades, logra cancelar las barreras que impiden la intelección, ya que su fundamento es el embrujo de los fuertes sonidos.
La creatividad colombiana es infinita, lo mismo que los géneros y procedencia de los compositores. Los sabanales, de Calixto Ochoa con los Corraleros de Majagual, es una pieza inmortal, que consolida la nostalgia por esas tierras caribeñas donde nacieron tantos genios que ni siquiera sabían leer. El grupo Herencia de Timbiquí, desde el Pacífico, nos regala sus peinados, el dolor de sus ancestros africanos y los poderes de sus dioses. Las marimbas, tambores y vientos se quedan definitivamente en nuestros adentros.
Hay una pléyade de nuevos autores entre los que se destaca Masilva, quien se autodefine define como electrovador, carroñero, ciudadano del campo e idealista empedernido. En su título Amanece en Chapinero acompaña su voz con guitarra y cajón peruano.
Un par de grupos pueden considerarse fuera de concurso. El antioqueño Puerto Candelaria, con su director Juancho Valencia y el gran tema Amor y deudas. Y el samario Sistema solar con su cumbia berbenáutika y su éxito El botón del pantalón. Papaya dulce es un tema de Sergio González Aristizábal, “Aristi”, que hace sonar cumbia con clarinete.
Es obligatorio incluir en este listado a Edson Velandia, formidable compositor y cantante, y a Mónica Giraldo, seleccionada a la conferencia anual de música folk más importante del mundo, que se celebra a partir de hoy viernes en Montreal.