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América Latina parece estar llegando al punto de saturación de la estupidez histórica. El continente del baile, la música y el humor ha dado tumbos y repetido cuadros de rabia colectiva, pero siempre vuelve al punto de partida. El caso de las elecciones en Venezuela es el más reciente en el eterno retorno.
Cualquier latinoamericano habría podido predecir la combinación de fichas: auge de publicidad de la oposición, persecución y veto de candidatos, nube negra sobre los resultados en el día señalado, proclamación de victoria de los dos bandos, escueto comunicado con cifras que favorecen al régimen, rabia en las calles, un país que languidece.
Se sabía lo que iba a suceder, se insistió en remendar la historia, de nuevo se fracasó a pesar del reclamo de muchos países y organismos internacionales. Los tiranos de antes llegaban con uniformes y tanques; los de ahora sacan la artillería solo en el momento de amedrentar a las mayorías.
Este pobre continente no ha logrado levantar cabeza. Muchos analizan las causas históricas y las corrientes ideológicas subterráneas que explicarían semejante postración. Pasan las generaciones, pasan los muertos, pasan los presos y pasan los vencedores en las hermosas motos policiales, más viejas que las canciones del ya viejo Piero.
Todo sucede de modo tan natural como saber que cada mañana sale el sol y que así será hasta que estalle este globo que nos ha dado pasajera estadía. La fijeza de los astros y de los fenómenos que nos superan parecen anclarnos en un tiempo repetitivo. Nada cambiará, ni siquiera para que nada cambie.
Los latinoamericanos nos esforzamos, madrugamos, levantamos familia, despedimos a los viejos, soñamos con días mejores. Pero la realidad es terca y nos desencanta todos los días. Las izquierdas políticas se vuelven dictaduras oprobiosas, las derechas van y vienen para caer siempre paradas.
En la educación se enseñan épocas y sistemas abolidos, solamente para en años siguientes anunciarse que los viejos tiranos han resucitado cambiando de colores o con los antiguos colores traicionados. Seguimos siendo el mismo sistema con idénticos sátrapas, pero remozados con atuendos que parecen nuevos.
Lo más grave es que esta rueda del infortunio va penetrando en las mentes y sensibilidades de las gentes, hasta formar dos tipos de seres: los desilusionados y los cínicos. Los antiguos motivos de orgullo político devienen caricaturas. De esta manera el continente adopta un tranco de desencanto.
Eso lo saben los tiranos. Por eso se encumbran a sus solios y no sueltan las riendas si siquiera cuando mueren, pues heredan sus fastos a los más serviles de sus ayudantes. Este es el triste espectáculo recién revivido en Venezuela y asumido por los países vecinos, con tibieza y grandilocuencias vergonzosas.
¿Qué te pasa continente de la esperanza? ¿Qué clase de masilla insípida les ofreces a tus retoños de este milenio cansado? ¿Hasta cuándo aguardaremos para respirar a dos pulmones la majestuosidad de tu naturaleza y de tus ilusiones?
