¿Va usted a cambiar a última hora el candidato de su preferencia? ¿Confía en que el sueño de la víspera le traiga, como iluminación, la cara y el nombre de su nuevo escogido? ¿Les va a dar la espalda a las encuestas, para decidirse por ese político que siempre le ha gustado pero que las cifras han saboteado?
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
¿Va usted a cambiar a última hora el candidato de su preferencia? ¿Confía en que el sueño de la víspera le traiga, como iluminación, la cara y el nombre de su nuevo escogido? ¿Les va a dar la espalda a las encuestas, para decidirse por ese político que siempre le ha gustado pero que las cifras han saboteado?
Todo puede ocurrir. Meses de cálculos, discusiones y reyertas pueden ser eliminados por un golpe de ilusión o de rencor en el momento de cruzar la equis en el tarjetón. Los únicos fieles y firmes son los militantes de las campañas, aquellos que desde hace meses no oyen ni ven por nadie diferente al jefe, al caudillo.
Así funciona la vida. Y también la muerte. Al casi final de su tiempo, la gente reflexiva hace cábalas sobre la hora, modo, lugar y sentimiento en que lo agarrará la agonía. Los familiares no adivinan si estas conjeturas se cumplen pues, un segundo después del paro en el corazón, los fallecidos incurren en la descortesía de una mudez irreparable.
Así pues, los únicos dos acontecimientos trascendentales e inmodificables para hombres y mujeres, nacimiento y muerte, concluyen en el misterio. Las tumbas son mudas, igual que los cenizarios de hoy. Cada cual se aleja hacia el estado del todo desconocido, sin dejar rastro ni destino.
Las elecciones de presidente son también ocasiones eminentes para países y ciudadanos. Baste citar las dos últimas sucedidas en Colombia. Hace ocho años se propició la negociación de paz más destacada de los dos siglos de historia republicana. Hace cuatro, esta bendición y esperanza fueron sepultadas y sus trizas reposan en el inconsciente de cincuenta millones de sobrevivientes.
Este trueque funámbulo tuvo su esguince en el plebiscito del Sí y el No. Un líder del No, alicorado, reconoció a posteriori que su triunfo se logró mediante la manipulación “emberracada” de los votantes. Las elaboradas razones de politólogos, tribunos y mandatarios fueron asaltadas a la postre por un truco siniestro. Seguramente los ciudadanos cambiaron su papeleta en los instantes finales de la fila hacia la urna.
Fuerzas arcanas intervienen de soslayo para alterar las intenciones humanas en el instante determinante. En este sentido Nicolás Gómez Dávila escribió este escolio enigmático: “El tema de la historia no son las triviales rutinas de la especie, sino las epifanías fugaces de un demonio o un dios”.
En estos dos días finales de una campaña electoral endiablada conviene estar alerta a estas apariciones, que el lenguaje contemporáneo preferiría llamar el inconsciente, individual o colectivo. Y no temer a los resortes escondidos de la espontaneidad, el insomnio, el capricho y la clarividencia, donde suelen incubarse la sensatez y la salvación.
Las encuestas hablan en el lenguaje de los números, pero la realidad se ríe de estas argucias diseñadas para profetizar los caminos de las entrañas. De ahí que el gesto más confiable sea el impulso orgánico de cada cual, a boca de urna.