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Entrar a los espacios pidiendo perdón, soportar críticas por tener el pelo sucio, rebelde, desordenado, áspero, seco, en síntesis, salvaje. Prepararse con detalle para encajar en una sociedad que les exige comportarse de cierta manera. “Cómo me verán”, esta es la preocupación que hace perder tiempo y energía.
Vivir en perpetua zozobra, solamente por ser mujer negra y tener el pelo crespo. Forzarse a abolir los rasgos milenarios del África originaria, donde nadie se fijaba en el color de la piel y todas llevaban el cabello como una corona.
En aquellas sociedades subsaharianas el tiempo no era un bien de consumo rápido. El momento de peinarse entre mujeres era sagrado, una ceremonia. Era un aprendizaje, un intercambio entre generaciones. En aquellos trances lentos se revivían estilos de peinado antiquísimos, de siglos. Se conectaba con el cosmos, las familias, los pueblos vecinos.
Las más expertas dibujaban con el pelo múltiples significados. Según el trenzado se sabía si la mujer era soltera o casada, se trazaban rutas de caminos necesarios, se hacía arte efímero, se ponían en acción matemáticas desconocidas para Occidente, se avizoraba el futuro.
Cuando los europeos impusieron la esclavitud, estos significados se tiñeron de dolor. El peinado “de totuma” pasó a simbolizar las lágrimas de los embarcados hacia América. Los mapas de trenzas fueron señales de por dónde escaparse. El gran afro suelto se llenó de orificios donde esconder semillas para obtener alimentos en los palenques de llegada.
“Hemos asociado nuestras raíces con el dolor. Por eso no queremos ser afros”, lamenta la modelo y actriz barranquillera Indhira Serrano, autora del libro para niños “Rosa la Crespa” (Penguin Beascoa, 2022). Con este tomo ilustrado dicta talleres, en una campaña que llama “Reconstruyendo imaginarios”. “Mi pelo es parte de mi identidad más evidente, la que me corona”, explica. Y califica su trabajo como “viaje de descubrimiento a través del cabello”.
“También los hombres afro tienen que ver”, anotó la médica oftalmóloga Lucía Moncada en la Filbo23 donde compartió con Indhira la presentación del libro “No me toques el pelo. Origen e historia del cabello afro” (Ícono, 2023), de la socióloga dublinesa Emma Dabiri, de madre irlandesa y padre nigeriano yoruba. Los hombres masái pasaban horas trenzándose para las ceremonias, mientras las mujeres se afeitaban. No obstante, ahora muchos deciden raparse para hacerse pasar por blancos.
Extrayendo ideas de Emma Dabiri, quien no estaba presente, Indhira expuso su deseo: “encontrar un espacio donde no tengamos que justificarnos a cada instante. Habitar y transitar sin aclarar que nuestro pelo no es negro como la lana. Demostrar que los negros no somos buenos solo en baile, canto, deportes y cocina. Que somos buenos en todos los espacios en que nos permitan entrar”.
El pelo es algo político, concluyeron el domingo pasado las presentadoras del libro cuyo título es una orden: ¡No me toques el pelo!
