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El tiempo, ese incorruptible

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Arturo Guerrero
04 de julio de 2025 - 05:00 a. m.
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Comienza el segundo semestre de este año, que a su vez cierra la primera cuarta parte de este siglo XXI. De nuevo, la contabilidad artificial del tiempo nos pone a pensar en siglos. Y así, de siglo en siglo el tiempo acelera su maratón hacia los milenios en que ninguno de nosotros respirará sobre esta Tierra.

Este transcurso irá poniéndole medida a un intangible. ¿Se puede afirmar que nuestro tiempo es de la misma naturaleza que el de Pitágoras o el de Plutarco o el de Tamerlán? Lo más probable es que no. Las horas y días de los enormes pensadores antiguos o de los conquistadores de continentes encierran una sustancia que hoy no conocemos.

Aquellos seres colosales recorrieron a pie o en jumentos territorios de misterio, habitados por humanos todavía más incógnitos. Cruzaron mares cuyas orillas no se conocían entre sí. Llegaron a poblados endebles sin hablar ni siquiera con gestos inteligibles para sus antiguos habitantes. Fueron descubridores de un sinnúmero de naturalezas humanas.

Hoy todos volamos en una esfera enteramente penetrada. Para no sofocarnos inventamos naves interplanetarias y nos convencimos de que cada uno de nosotros algún día será astronauta. La luna nos queda pequeña, Marte es un segundo paso al alcance de la mano. Nuestros cohetes han llegado hasta sombras inexpugnables.

De los trece mil quinientos millones de años que nos separan de la nada, apenas trescientos y pico nos han sido esquivos. ¿Qué es esta pequeña porción, comparada con la ceguera implacable en la que volaron nuestros antepasados? Cualquier día las noticias contarán que finalmente la humanidad se asomó al Big Bang, ese misterio que nadie logra pensar ni imaginar.

Para entones, habremos resuelto el arcano de la nada. En efecto, se dice que teóricamente el primer hombre que llegue hasta este fin del mundo desaparecerá en el torbellino de fuerzas que componen la ausencia total de fuerzas. Será una nada rodeada de nada por todas partes.

Ni los imaginadores más inspirados se han atrevido a incursionar, aunque sea entre nieblas intelectuales, en aquellos territorios sin territorios. Ni las novelas de ciencia ficción, ni el cine con sus argucias se han atrevido a plantear hipótesis, ni siquiera a arañar la realidad o irrealidad de aquellos parajes.

Este es el tamaño de nuestra actual ignorancia. Es la ceguera más radical que mente alguna haya experimentado o se haya aventurado a conjeturar. Entre el “solo sé que nada sé” de Sócrates y nuestro ofuscamiento invencible frente al primer gran estallido, apenas ha transcurrido un fragmento del oscurantismo que nos caracteriza.

De modo que el tiempo es un ser proteico que nadie logra ni dominar ni medir en su irrealidad. Cada era geológica o humana es calculada con un reloj distinto. Tanto nuestros antepasados como nosotros somos irrisorios navegantes de naves sustancialmente diferentes. Y cuando la gente dice que el tiempo es oro no se refiere a algo distinto de considerar que estas dos sustancias, tiempo y oro, son entidades incorruptibles al menos para las generaciones de humanos.

arturoguerreror@gmail.com

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