Que Fernando Vallejo se repite. Que no se cansa de despotricar contra la religión, las madres, Colombia, sus colegios y universidades, los físicos y matemáticos que miden pero no entienden, contra Newton, Darwin y Einstein, en fin. Que no deja títere con cabeza. Que cada novela suya es una fotocopia de las anteriores.
Pues bien, he aquí lo que él mismo responde en su reciente libro “La conjura contra Porky”, Alfaguara Penguin 2023, luego de que hace estallar el planeta por una guerra nuclear: “El Cosmos ni se enteró y siguió impávido en su eterna vuelta sobre sí mismo en la que se repite y se repite como mis malquerientes dicen de mí… ¿Repetirme yo? En cada instante soy distinto al que fui y seré”.
Algunos lectores abandonan sus páginas y comentan con sus amigos que Vallejo no da más. Otros, sin embargo, avanzan y avanzan esperando un no sé qué en esa prosa que da latigazos a diestra y siniestra. “Mis libros no se dividen en capítulos. Son chorros continuos como cuando orino”, explica el autor que tampoco tiene colador contra el lenguaje excremental.
Tal vez el secreto está en la pasión por la novela, género al que le hace muchas exigencias. Aquí una: “no más omnisciencia en la novela que nadie sabe lo que pasa en mente ajena y a veces ni en la propia. Ni más diálogos, que el dialogo es de la vida, del teatro, del cine, de la telenovela, y nadie puede repetir exactamente ni siquiera lo que dijo hace un instante. En mis novelas solo habla el autor y los personajes callan. No grabo conversaciones, no invento patrañas, no cuento vidas ajenas”.
Entonces sus libros son una perorata extensa, que brinca de un tema al otro sin avisar, donde el narrador salta de la primera persona a la tercera y de improviso regresa. Son una charla paisa, es decir pícara, de alguien que sabe que los años son rápidos y los días lentos.
Establece también diferencia con el cuento, “género literario que desprecio profundamente porque va llevando engañosamente al lector hacia el final para salirle a uno con cualquier engaño. Un cuento siempre va hacia un final, una novela no necesariamente, como esta, que va fluyendo frase tras frase como agua limpia de la fuente, libre de paja y embustes”.
Otra gancho de la prosa de Vallejo consiste en que el lector descansa de pescar erratas, pues el autor de “Logoi”, la gramática para escritores, Fondo de Cultura Económica, México 1983, es químicamente incapaz de cometer la mínima barbarie contra el idioma.
Al contrario, se atreve a corregir a la suprema Real Academia Española. Al escribir que alguien “abuele la burocracia”, se arriesga con esta diatriba: “el verbo ´abolir´ se conjuga como lo acabo de poner, no como recomienda la RAE. La RAE solo sirve para raer. Dizque yo abolo, tú aboles, él abole… No. Debe ser: yo abuelo, tú abuelas, él abuela… Yo tengo más oído para el español que la RAE. Yo rao, tú raes, él rae, la Santísima RAE rae”.
Y concluye: “el que me oye hablar a mí cree en mí de inmediato, desde que empiezo a mover la lengua”.