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Los dos libros más recientes del prolífico filósofo Julián Serna Arango son un desafío para mentes elaboradas. Recurre al género del aforismo y a la ironía para llevar a la calle un pensamiento “a la deriva”. Cita a autores internacionales ante los cuales la mayoría de lectores resulta viendo un chispero.
Más que explicar abstrusos conceptos de Einstein o de la física cuántica o de la historia de las religiones o del computador cuántico, les da vuelta por un lado y por otro hasta sembrar una duda profunda. Advierte de entrada, en el tomo Pensar a la deriva (Casa de Asterión Editores, Santa Rosa de Cabal, 2024), que su propósito es “que el lector ponga a prueba sus certezas, ahonde en ellas y en la medida en que la interacción haga diana en sus fisuras, opere su relevo o simplemente se libere del yugo”.
La carátula de este tomo, de pasta dura, muestra un cuadro del surrealista Giorgio de Chirico cuyo título cae como anillo al dedo: Misterio y melancolía de una calle. Serna, profesor de la Universidad Tecnológica de Pereira, fustiga las ciencias y las artes: “El lenguaje edita el mundo, solapa sus diferencias con el nombre común, lo vacuna contra el cambio con el verbo ser, lo simplifica con la definición... y, en definitiva, lo falsea”.
Proclama el multiverso o los universos paralelos, despedaza el concepto de tiempo: “Uno y múltiple, de todos y de nadie, subjetivo y objetivo, sucesivo y simultáneo, el primero que se va y el último que se queda. Nos referimos al tiempo, por supuesto”. Y lo compara de forma sorprendente: “El árbol es símbolo del tiempo. Sus raíces lo amarran al pasado, su tronco es uno como el presente, y sus ramas se bifurcan como el futuro”.
Entrega la siguiente confidencia que es más bien un guiño de cercanía con quien lee: “Escribir es construir laberintos, en donde se pierde el lector, si es que no lo ha hecho previamente al autor. Escribir es acercarse a los demás a distancia”. Y esta otra: “les confieso, apenado, cuando creo, no pienso; cuando pienso, no creo.”
No ahorra críticas a Dios y a la religión. En su penúltimo libro Dios prefirió no existir (Abada Editores, Madrid España, 2023), sentencia: “Porque una religión sin diosas es políticamente incorrecta”. No ahorra el sarcasmo: “Porque atribuir la creación a un demiurgo malvado sería más verosímil”. Y no le interesa la corrección política: “Porque el ejercicio del poder trasforma al revolucionario en reaccionario”.
Está convencido de que “la física ha subvertido nuestros más añejos prejuicios y ha hecho realidad nuestras más temidas pesadillas”. A ella le atribuye la culpa de que “con los universos paralelos posibilidad y realidad son sinónimos... Con la hipótesis de la simulación se actualiza el concepto de realidad y reinicia la historia de la filosofía, pues ignora las preguntas correctas”.
Rechaza una única identidad para toda la vida: “así el yo de planta sea un impostor, se le asigna un nombre vitalicio, haciendo ver identidad donde hay diferencias”.
