
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El escritor judío Yuval Noah Harari es un creador de dioses. Antiguamente los dioses creaban a los hombres, hoy es al revés. Bueno, decir “hoy” no es exacto. Pero ya casi los biólogos y otros científicos habrán llegado a generar seres inmortales y dotados de fantásticas facultades.
En su libro De animales a dioses. Breve historia de la humanidad, cuyo original en hebreo apareció en 2011 y fue traducido al español en 2013 por Penguin Debate, da un salto desde los 13.500 millones de años cuando todo comenzó, incluidas la física y la química, hasta hoy en que el Hombre “está a punto de convertirse en un dios, a punto de adquirir no solo la eterna juventud, sino las capacidades divinas de la creación y la destrucción”.
Pero antes de conjeturar tamaña hazaña, Harari realiza la desmitificación de las religiones. Por supuesto esto era necesario, pues las religiones han sido durante milenios las que han enseñado la existencia y poderío de los dioses. En el Homo sapiens, nuestro antepasado, el lenguaje evolucionó como elemento decisivo de la cooperación social, “nuestra clave para la supervivencia y la reproducción”. No hay que creer que ese lenguaje se utilizaba para transmitir información sobre asuntos de la vida real. Más bien, versaba acerca de “cosas que no existen en absoluto (...) entidades que nunca han visto, ni tocado ni olido, leyendas, mitos, dioses y religiones”. Así apareció la ficción.
En efecto, “un gran número de extraños pueden cooperar con éxito si creen en mitos comunes (...) que solo existen en la imaginación colectiva de la gente”. La conclusión es taxativa: “No hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos”.
Ahora bien, “los mitos son más fuertes de lo que nadie podía haber imaginado”. Así se derrumban muchas de las características que se creían intrínsecas de todo hombre. Según la biología, “las personas no fueron creadas, sino que han evolucionado (...). Solo existe un proceso evolutivo ciego, desprovisto de cualquier propósito (...). La libertad es una invención que solo existe en la imaginación”.
Entonces, ¿por qué existen tantos órdenes imaginados? Pues porque “creer en ellos nos permite cooperar”. Claro que hay el peligro de que la gente deje de creer en ellos. Para evitarlo existen ejércitos, prisiones y verdaderos creyentes. “Un único sacerdote suele hacer el trabajo de cien soldados y de manera mucho más barata y eficiente”. Ante todo, este trabajo comienza “no admitiendo nunca que el orden es imaginado”.
En el epílogo de sus casi 500 páginas, Harari atempera los poderes del hombre del próximo futuro: “Somos más poderosos de lo que nunca fuimos, pero tenemos muy poca idea de qué hacer con todo ese poder. Peor todavía, los humanos parecen ser más irresponsables que nunca. Dioses hechos a sí mismos (...). Causamos estragos a nuestros animales y al ecosistema (...) ¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?”.
