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“Ante todo existió el Caos y después la Tierra”, de este modo contundente comienza Hesíodo su Teogonía (Visión Libros, Ediciones Teorema, Barcelona, 1986, bilingüe. Trad. Luis Segalá y Estalella), después de los saludos a las Musas que le contarán lo antes no contado. Sus letras nos llegan desde 2.730 años de antigüedad y son una síntesis de aquello que corría disperso de voz en voz.
Los griegos representan la infancia de la humanidad. Eran ilustrados, pensadores, no tragaban entero. El mundo acunaba cientos de religiones, filosofías, creencias, alguien debía despejar las mentes, luego de que Homero contara la épica de Troya y su regreso a Ítaca entre sirenas.
Ese alguien fue otro poeta que gozaba de visión aguda sobre lo real. En lo que hoy podría imprimirse en cincuenta páginas holgadas, Hesíodo dio a la posteridad su versión del origen de los dioses helenos, sus parentescos abigarrados, sus luchas intestinas, de cómo Zeus se convirtió en el más grande.
Sorprende descubrir semejanzas con preguntas que hoy no han sido resueltas y con comportamientos que todavía azotan a los míseros mortales. Es como si la historia y la filosofía hubieran avanzado apenas milímetros en la comprensión de esta raza inconforme y rebelde.
Hesíodo también era pastor de corderos al pie del monte Helicón, donde las Musas Olímpicas le hablaron por primera vez: “Sabemos forjar muchas mentiras que parecen verdades y también sabemos decir la verdad cuando nos place”. Este llamado al escepticismo sugiere que los griegos no quisieron fundar una religión con pontífices y verdades infalibles.
Es que su historia divina arranca con el odio. “Nació el taimado Cronos, que fue el más terrible de los hijos del Cielo y odió a su floreciente padre”. Este era nadie menos que Zeus quien además encerró a otros de sus hijos en el seno de la Tierra y contra ellos “maquinó acciones indignas”.
El Cielo engendró a los Titanes y la tierra a los Cíclopes, fenomenales luchadores de un solo ojo, cien brazos y cincuenta cabezas. Diversas fuerzas parieron al “odioso” Destino, a la Muerte, el Sueño, la dolorosa Aflicción, el Fraude, el Amor carnal, la “funesta” Vejez, el “molesto” Trabajo, el Olvido, el Hambre, los “lacrimosos” dolores, los Combates, las Matanzas de hombres.
Y por consejo de Cronos, Hefesto creó una “púdica doncella, ¡cosa digna de admiración! ante los dioses y los hombres”. De aquel “engañoso artificio procede el sexo femenino; en aquella tuvo origen el linaje funesto, el conjunto de todas las mujeres. ¡calamidad grandísima!”.
El odio de Cronos contra su padre Zeus condujo a una despiadada batalla de dioses inmortales, Cíclopes y Titanes. “Alzábase de la horrorosa contienda un estrépito terrible y la fuerza de unos y otros se manifestaba en las respectivas hazañas. Pero al fin decidióse la pelea, después de acometerse todos con igual empeño y de sostener sin intermisión una encarnizada batalla”.
Los dioses entonces “incitaron al longividente Zeus Olímpico a que reinara e imperara sobre los inmortales. Y Zeus les repartió las divinales prerrogativas”.
