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La catástrofe de “la sociedad soy yo”

Arturo Guerrero

09 de agosto de 2024 - 12:00 a. m.

Tal vez antes de las guerras mundiales hubo un ambiente social tan enrarecido como el presente. Todo es confuso, nadie tiene voz cantante, muchas gentes gritan en las calles, no se sabe en qué momento caerán las estatuas y los gobernantes que se creyeron eternos.

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Pero lo más preocupante no son el bullicio y los rumores. La enfermedad actual se llama descreimiento. Los antiguos pilares que sostenían las verdades públicas se están desmoronando. La corrosión va por dentro de los individuos que, sumados unos a otros, no logran conformar una sociedad estable.

Tambalean las grandes verdades: democracia, solidaridad, seguridad, confianza en el futuro. El entorno público se está derruyendo mientras los ciudadanos ignoran para dónde coger. Cada uno de los cimientos sobre los que muchas generaciones afincaron sus esperanzas, tambalean a los pies de las multitudes inermes.

Más que política o social o pública, la crisis general es de valores. Lo que antes no se discutía, hoy es apenas una opinión deleznable. Si alguien dice amarillo, el vecino grita rojo; si alguien defiende una bandera, los transeúntes la usarán de símbolo en girones.

Ningún filósofo o politólogo o pensador tiene una palabra que unifique al rebaño. Todos han mostrado el cobre. A fuerza de prostituir las ideas, nadie les otorga ni respeto ni credibilidad. Esta crisis ha carcomido los cimientos de los siglos y las bases de las creencias.

Así las cosas, emerge sordamente la consigna de sálvese quien pueda. Cada hombre y mujer son únicamente ellos y sus hijos. Al rededor de la familia estrecha se consume la solidaridad que antiguamente abarcaba sociedades. Hoy la sociedad soy yo y mis más cercanas circunstancias.

De esta manera es imposible señalar un norte u organizar una marcha a favor de nada. La humanidad se extinguió porque se marchitaron las causas comunes. Más que el calentamiento global o que la amenaza nuclear, el factor que socava y destruye a los hombres es la desilusión. Se ha extinguido el nosotros, solo queda una suma agria de yoes.

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Esta catástrofe de los seres inteligentes tuvo origen precisamente en esa inteligencia desprovista de amor. Los líderes de todas las tendencias se dieron la mano en el lucro. Borraron de la política el altruismo porque el objetivo único fue la ganancia y esta convierte en hienas a los seres que antiguamente se solidarizaban.

Hoy caminamos solitarios entre escombros, tal como lo avizoró el huraño norteamericano Cormac McCarthy en su magistral novela La carretera. Un padre y su pequeño hijo caminan bajo el apocalipsis. “En las profundas cañadas donde vivían todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio”: así finaliza este delirio.

Las guerras mundiales finalizaron y tuvieron sobrevivientes. La actual guerra del hombre contra sí mismo es más radical. Se oye solamente un aullido de lobos, que reinarán en adelante. Su mundo será un despiadado deambular sin norte ni sentido.

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arturoguerreror@gmail.com

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