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La catástrofe del alma colectiva

Arturo Guerrero

20 de junio de 2025 - 12:00 a. m.
“No hay país blindado cuando se ven en videos centenares de líneas rojas surcando los aires nocturnos”: Arturo Guerrero.
Foto: AFP - MENAHEM KAHANA

El aire sicológico está contaminado. Es que el alma también tiene atmósfera y puede enrarecerse fácilmente. Los más recientes días han explotado en señales nacionales e internacionales que la irritan. Tal vez esta vez todo comenzó con el atentado casi mortal contra un político joven en la capital.

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Los medios de comunicación se abalanzaron enseguida en pos del mínimo detalle concerniente al pistolero adolescente, a la mujer que lo miraba y le habló a su lado. El cúmulo de circunstancias sirve para que cada ciudadano se sienta aludido en algún pliegue del evento. ¿Dónde está el padre de ese adolescente huérfano de madre? ¿Como ha sido su vida afectiva?

Bien pronto estallaron cohetes y drones en Oriente Medio. Israel rematando la debacle de Gasa. Israel mandando fuegos sobre Irán. Irán respondiendo con una lluvia de llamaradas sobre el escudo invisible de Israel. Israel hostigando al Líbano. Todo sin contar con la guerra larga de Rusia contra Ucrania.

El planeta descosiéndose, armando despelotes en las zonas más calientes. No hay país blindado cuando se ven en videos centenares de líneas rojas surcando los aires nocturnos. Tampoco hay mentes que no enloquezcan calculando qué hace falta para que toda la candela llegue a chamuscar su casa, su barrio, su país, su endeble estabilidad urbana.

El aire no huele a esa chamusquina, pero la imaginación colectiva resulta absolutamente asfixiada. Como si esto fuera poco, los televisores y las redes sociales bombardean minuto a minuto las retinas, expandiendo minuciosamente los detalles del desastre universal.

Así se genera la paranoia general. El globo entero se empequeñece, de modo que cada persona pacífica poco a poco se transforma en energúmeno. Todos resultan enfermos imaginarios y nadie calcula hasta qué punto este mal termina inmiscuyéndose en los órganos físicos de la gente.

Es entonces cuando la violencia adquiere estatuto de normalidad y las personas sienten sus sueños nocturnos invadidos de alarmas sudorosas. Al día siguiente el mundo amanece transformado en campo de batalla sin que los países se hayan declarado la guerra. La siembra fatal ha sido consumada.

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En los sitios públicos cualquier sonido alto es escuchado como estruendo de un misil. Las casas y apartamentos se convierten en refugios antiaéreos. Los niños preguntan y nadie responde. Los ancianos prefieren entregar su alma a dios o al diablo, da lo mismo. El apocalipsis se sale de las pantallas de cine negro y esparce libremente su halo de muerte.

En este punto el género humano está desquiciado. Los predicadores se quedan sin fieles, los siquiatras por fin experimentan el hambre, los militares ignoran hacia dónde disparar sus armas. Es el alma colectiva la que se desquició y nadie tiene la fórmula para curarla. La locura se ha tomado al mundo, sin necesidad de extender las plagas físicas a todos los rincones. Peor que estas es el enloquecimiento de las almas.

arturoguerreror@gmail.com

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