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Las calles se han convertido en restaurantes rápidos y ambulantes. Llama la atención el desfile de hambreados ciudadanos ingiriendo la variedad de galguerías que ofrecen los vendedores estacionarios. Estos parquean sus pequeños mercados al aire libre donde caen como moscas los transeúntes.
La vianda campeona es, sin duda, la empanada. Crocante, caliente, rellena de arroz, carne molida o de pollo, este bocado callejero está presente cada media cuadra, de modo que los sucesivos puestos de venta se hacen publicidad unos a otros. Oficinistas, estudiantes o simples paseadores lúdicos se contagian ante el espectáculo de tanta gente que se relame probando empanadas.
Hace falta una encuesta que pregunte si la causa de esta avidez está en la falta de desayuno o simplemente en la necesidad de completar esta primera comida del día con algo más sustancioso. El hecho es que algún componente está escaseando en los platos del hogar, para que las calles se vean atestadas de individuos hambrientos.
La oferta es variada. Al lado de la reina empanada se encuentran desde bien temprano arepas con o sin queso, sándwiches de jamón, golosinas variadas y un buen café como acompañante. Obviamente los comerciantes de la calle no se contentan con nutrir sus arcas por la mañana.
A lo largo del día continúan haciendo caer en la tentación gastronómica a los miles de peatones que se dejan atraer por los aromas o el humo, sin importar la hora. Cuentan con la ventaja de que no requieren pensar en la propaganda para vender su mercancía. Cada consumidor es un argumento gratuito y contundente.
Y como en el trayecto no existen tramos desiertos, la seducción es reiterada a cada paso, en cada esquina, a lo extenso de las zonas donde los comercios formales se ven obligados a llamar la atención a grito limpio. El asunto es que el anzuelo que va directo al estómago tiene todas las de ganar frente a clientes potenciales que pasan al garete y no buscan un objeto específico.
Sea cual fuere el origen de este fenómeno, el hecho es que los caminantes o llevan hambre acumulada o se dejan tentar fácilmente en asuntos de darle contento al estómago. De hecho, gran cantidad de consumidores casuales exhiben obesidad general o estómagos pronunciados.
“Barriga llena, corazón contento”, es el lema inconsciente de las muchedumbres ávidas de masticar bocados provocativos cada vez que salen a las calles del ocio o al trayecto hacia sus sitios de trabajo. Porque no hay propaganda más efectiva que ver cómo se aglomeran tantos ante la fábrica de empanadas donde se nutren o simplemente calman sus hambres transeúntes.
Estos antojos, además, cuestionan la calidad nutritiva de la cocina doméstica. Parece que las madres, que todavía dictan las pautas cotidianas, se preocuparan más por preparar platos que llenen en vez de proporcionar a la familia un contenido balanceado y rico en nutrimentos. Un pueblo bien alimentado no bosteza todo el día ni se deja seducir por las galguerías del camino.
