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Las calles que no ruedan

Arturo Guerrero

12 de septiembre de 2025 - 12:05 a. m.
“Caminar por los andenes de Bogotá se ha vuelto misión imposible”: Arturo Guerrero.
Foto: Empecemos Colombia

Caminar por los andenes de Bogotá se ha vuelto misión imposible. Corre usted el peligro de terminar de bruces contra el asfalto. Claro que hablar de asfalto es un rapto de optimismo. Igual que hablar de cemento, baldosas o de cualquier otro elemento que ofrezca una superficie pareja y constante a lo largo de las cuadras urbanas.

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Un análisis superficial, al que un caminante puede llegar, concluye que alguna vez hubo un material uniforme que permitía desplazarse sin hacer cabriolas, sin dar brincos, sin estar todo el tiempo pendiente de las trampas del camino. Eso fue en los tiempos del ruido cuando algún alcalde misericordioso dio inicio a la pavimentación de las aceras.

Pero pasó el tiempo y cada cuadra fue sufriendo la intervención no planificada de decenas, centenares de obras públicas. A veces fueron las necesidades de ampliación o corrección de las estructuras subterráneas del acueducto. A veces fueron los teléfonos los que reclamaron su turno de perforación de lo existente para tender nuevas redes.

Cada oficina distrital reclamó su turno de escarbar las entrañas de las áreas sobre las que se desplaza la ciudadanía. Si estas diversas excavaciones hubieran guardado respeto por la uniformidad de sus cerramientos de obra, tal vez otro gallo cantaría. Pero no, cada cuadrilla de trabajadores, luego de abrir el hueco correspondiente, lo cierra con una capa de cemento que no tiene en cuenta ni la estética ni la homogeneidad del conjunto del terraplén.

De modo que las calles hoy son una mezcolanza de obstáculos para la movilidad callejera. Donde hay baldosas viejas basta una leve lluvia para convertirlas en tabletas escupidoras. El pie vacila entre brincarlas o apoyarse en ellas y someterse a la correspondiente lavada. Las tapas de alcantarillas y los registros del acueducto suelen también llenarse de agua, obligando al transeúnte a dar brincos de acrobacia.

La superficie de los andenes se convierte así en una mezcla de cicatrices que son zancadillas y ratoneras para los habitantes de la urbe. ¿Cómo funcionarán sobre ellas los bastones de los ciegos o los pies vacilantes de los viejos?

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El resultado es caótico. Los andenes le dan entera razón a la queja del poeta Rogelio Echavarría, quien comenzó su célebre obra El transeúnte con el siguiente llanto: “Son un largo gemido/ todas las calles que conozco”. Para él, estas vías están “llenas de gentes como árboles/ batidos por oscura batahola”.

Luego de escribir que esas calles son simplemente “polvo movedizo”, se adelanta en la formulación del nombre de uno de los conjuntos de rock más célebres de la actualidad: “Las gentes que hallo son simples piedras/ que no sé por qué viven rodando”. En efecto, cuando nuestro Echavarría escribió este poema, entre 1945 y 1952, ni Bob Dylan ni los Rolling Stones habían vislumbrado el célebre nombre, hoy convertido en inmortal.

Menos mal que existen la poesía y la música para dar cuenta hacia la eternidad de los estropicios cotidianos a los que son sometidos los míseros mortales.

arturoguerreror@gmail.com

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