Más tardaron en aparecer las modalidades del virus, que en revestirse de por lo menos cuatro sinónimos para nombrarse. No se les dice solamente cepas sino que hay que agregarles linajes, mutaciones o variantes. ¿Qué dirían Cervantes y Shakespeare hoy, Día del Idioma?
Parece que un único nombre no basta para bautizar los nuevos engendros malignos. Con el fin de que infundan pánico deben tener media docena de alias. Los funcionarios se relamen cuando explican en público el peligro de semejantes recién aparecidos. Los periodistas alternan los diversos apelativos para sonar más eruditos.
Todos procuran alargar las intervenciones, unos para exhibirse, otros para ganar tiempo en sus infinitos noticieros. Lo importante es renovar el arsenal con que dispara el miedo. Los múltiples nombres son repetidos como sucede con los motes de guerra de los irregulares: Aldinéver, Otoniel, Granobles, Pablito.
El idioma viene torturándose desde las supremas instancias del poder. Cada día se crean tres consejerías y viceministerios. Cada nueva burocracia tiene funciones bizarras: hermosear la apariencia del mandatario, reconstruir en cien días lo que se llevó el viento, esquilmar el bolsillo de la gente para solidarizarse con la misma gente, retardar la salida del sol.
Para esconder el ingenio de tantos oficios, se multiplican y traslapan las siglas de departamentos, institutos, requisitos de la ciudadanía cabal: Daap, Dainco, Dagma, Dama, Fopae, Idiger, Pin, Rut, Runt. En el trabalenguas oficial se pierde el paisano normal que a duras penas habla en castellano.
El hecho es que hay muchas realidades innombrables en Colombia. Entonces se les saca el cuerpo disfrazándolas con sopas de letras que no son sino escupitajos sobre el alfabeto que usaron Shakespeare y Cervantes. Las maravillas que lograron estos clásicos, con las 26 y 27 letras de sus lenguas, tienden hacia la nulidad con el abuso que hoy se les inflige.
De la poesía se afirma que ninguna palabra, espacio o signo de puntuación se le puede suprimir o cambiar, sin arruinar el viento que la vivifica. Así son los nombres de las cosas cuando los hablantes encuentran un tono para cada una. ¿Acaso da lo mismo referirse a las variantes del virus con el nombre de mutaciones?
Por asociación, los lectores de cómics de la editorial gringa Marvel se irán de inmediato a los dibujos de los mutantes, esas extravagancias musculosas con nombres como Hulk, X-Men o Apocalipsis. Sus poderes sobrehumanos los llevan a desarrollarse como superhéroes o supervillanos. En todo caso, modelos de fuerzas apabullantes.
Las mutaciones, de este modo, serán asumidas desde el cerebro adolescente que se agazapa en cada persona, como amenaza extraterrestre ante la cual pereceremos. Y este tercer pico u ola o arremetida del coronavirus asumirá carácter de enemigo que nos derrotará sin remedio.
Este es el poder de la lengua que hoy se celebra como idioma. Un poder para destruir o para reconfortar, de acuerdo con el nombre que les demos a la rosa y a la espina.