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Los Libélulos, teatro infantil para varias generaciones

Arturo Guerrero

26 de diciembre de 2025 - 12:05 a. m.
“Iván Darío Álvarez es una 'rara avis' en el circuito de los artistas del teatro colombiano”: Arturo Guerrero
Foto: Cortesía de Carlos Duque

En marzo anterior salió a la luz el libro de los Libélulos. Con este nombre los conoció el país cuando los mayores llevaban a sus hijos pequeños a repetir una y otra vez “Los espíritus lúdicos”, la obra de títeres que los llenaba de satisfacción y misterio. Tato y Tito eran los protagonistas de esta ficción con muñecos que con seguridad hoy recuerdan todavía desde la memoria perpetua de sus infancias.

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El libro se llama Arte, títeres y anarquía (Prosa del mundo, Bogotá, Marzo 2025, 173 págs). Lo firma únicamente Iván Darío Álvarez, pues su hermano César falleció no hace mucho. El autor lo dedica “A la memoria de César, alias Matías, el titiritero, quien más que un hermano, más que un socio irreductible en la misteriosa cuerda floja de nuestro sueño poético llamado La Libélula Dorada fue, ante todo y pese a todo, uno de los más preciosos regalos que me obsequió la vida”.

Su biografía indica que nació en 1956 en Medellín, “su pintoresca parroquia”, y que a los 20 años de edad fue cofundador y dramaturgo de su grupo de títeres. Se autodefine como “renuente y refractario al poder, al dinero, al matrimonio, a los dogmas y a la fama. Su futuro es la utopía. Su biombo de los cielos no es de este mundo. Su voz en el desierto habita en otra parte”.

De modo que Iván Darío Álvarez es una rara avis en el circuito de los artistas del teatro colombiano. Próximo a cumplir los 50 años de actividad lúdica, se mantiene imbatible en su casa teatro de la localidad de Chapinero de Bogotá, donde acuden sus pequeños seguidores acompañados de sus padres que seguramente también bebieron de su arte.

Insistir es su consigna contra viento y marea. “Ir al teatro es una aventura incierta –reconoce en su libro–. Hay obras tediosas y sublimes. Tampoco podemos olvidar que cada vez hay más artistas, pero menos arte. Una de las grandes batallas del teatro actual es hacer entender a los espectadores que no siempre van a divertirse. La puesta en escena puede significarles mucho más, comprometerlos a pensar distinto o salir estremecidos hasta los tuétanos”.

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Así define su relación con los muñecos: “la voluntariosa mano al tomar un títere –que en el fondo no es más que un cadáver– instantáneamente lo reanima. Animación es sinónimo de resurrección y un muñeco un eterno simulador de la vida”. Y así, la función ambigua de su arte: “La interdependencia del muñeco es tan fuerte que de inmediato se transforma en creación mutua: cada uno da de sí lo que el otro no tiene”.

Pero no es simple la mecánica de esta creación mutua: “El títere no es tan dócil como el sentido común fácilmente lo puede llegar a creer. Su vida obedece a un observar cuidadoso y sutil. Saberlo manejar no es tan solo un capricho bien intencionado. Es una ciencia amparada en una rigurosa gramática del movimiento, la que solo pueden llegar a entender en su profundo significado los verdaderos dioses por vocación, quiero decir, los poetas”.

“La más íntima verdad del muñeco –insiste el Libélulo– es aspirar a ser más real que lo real en la imaginación cautiva del espectador”.

arturoguerreror@gmail.com

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