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Los niños que fabricaron su milagro

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Arturo Guerrero
16 de junio de 2023 - 02:00 a. m.
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La aparición de los niños de la selva ha permanecido como noticia en medio de la manigua de barbaridades que a diario asaltan las retinas nacionales. Hay júbilo inmortal en las instituciones —Ejército, Gobierno, líderes— y pasmo comprensible entre los cuatro pequeños sobrevivientes. Solo que estuvieron mal repartidas las alabanzas.

Los laureles principales fueron para los militares, comprensibles por su perseverancia y por los medios sobrehumanos con los que cuentan: helicópteros, aviones, radios, cascos blindados, uniformes emboscados, sensores infrarrojos, kits. También se reconoció la ayuda de los guías indígenas que orientaron con la palma de sus manos donde están marcados los cedros, ríos, fieras y diluvios de la Biblia.

Luego se lucieron los médicos y pediatras que informaron sobre la desnutrición y baja hidratación, en especial del bebé salvado de las flechas de los moscos. No hubo quien bajara de “milagro” aquella travesía de baja estatura, esos 40 días que estremecieron al mundo.

Los primeros comentarios de internautas se hicieron lágrimas por la desaparición del perrito Wilson, amaestrado a gatas por los soldados. Rogaban por su salvación, lo exaltaban como el más tierno factor de esta hazaña.

Pero las albricias apenas rozaron la humanidad de los cuatro protagonistas imprescindibles. Estos sufrieron el totazo, vieron agonizar a su mamá, se dieron mañas para salir con abrelatas de la avioneta mortuoria y emprendieron la retirada llevando a cuestas el agobio de su orfandad. Los recibió la espesa incertidumbre.

Ellos fabricaron el milagro, ellos fueron sus propios dioses. Resistieron más tiempo y trocha que los ciclistas en los tours de Europa y Boyacá juntos. Ellos amantaron a la criatura, encontraron su propia comida esparcida en la despensa del suelo por los micos, tal vez acogieron como postre las viandas azucaradas que bajaban de los helicópteros.

Construyeron con lo que da el camino los cambuches provisionales de cortezas, lianas, fibras, resinas y bejucos. Incluso ensayarían teñirse una malla roja en la piel con achiote y zumo de hojas, para blindarse contra las punzadas de los insectos. Enterrarían pedazos de pelo en hoyos bien tapados, para ahuyentar duendes malucos. Moños que fueron encontrados por sus rastreadores.

En fin, estos uitoticos, parientes de selva de los nukaks del Guaviare, habrían aprendido desde la leche materna a ser “gente que camina”, como Jeenbúda´ el protagonista adolescente del libro homónimo de Mariela Zuluaga. Y tendrían tallado en la memoria su epígrafe: “Lo bueno de caminar es lo que se consigue en el camino”.

Los chamanes advierten que espíritus protectores cobijaban a los niños perdidos, que de ellos recibían mensajes consoladores. No hablan de religión, simplemente expresan su perspicacia sobre el cosmos, la unidad sustancial de lo que se ve con lo que no se ve. Su antiquísima seguridad de que caños, palmas, aves tienen inteligencia, picardía, generosidad. Ese es su milagro.

arturoguerreror@gmail.com

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Luis(56775)17 de junio de 2023 - 05:43 a. m.
Para mi, importante el solo hecho de tener VIDA y querer conservarla, tan pocos añitos y con semejante reto, se la ganaron (por mi hasta que de viejitos se les acabe). Por eso es necesario que respetemos y defendamos la VIDA. Gracias chiquitos por ese enorme ejemplo de ganarse la vida. Se merecen todos los aplausos y reconocimientos y no solo por ahora, por la calentura del milagro, se la ganaron por siempre.
Juan(82042)17 de junio de 2023 - 01:41 a. m.
Por fin viejito loco, algo bueno.
Clara(kua1q)17 de junio de 2023 - 12:00 a. m.
Gran columna. Gracias
Carlos(87476)16 de junio de 2023 - 09:54 p. m.
Excelente columna. Felicitaciones
Daniel(rvd59)16 de junio de 2023 - 09:24 p. m.
El heroísmo de éstos cuatro niños es inmenso. Su fortaleza emocional y su sabiduría ancestral los hace infinitos. Muy bello escrito. Gracias.
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