Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Es posible perder numéricamente y sin embargo ganar. A esta incongruencia se la podría llamar la conjetura de Galileo. En 1616 este sabio del Renacimiento se retractó de su teoría sobre el Sol, y no la Tierra, como centro del universo. Lo hizo ante el tribunal de la Inquisición y así salvó su pellejo.
Dice la leyenda que el astrónomo, matemático y filósofo italiano pronunció entonces en voz baja su célebre frase: “Y, sin embargo, se mueve”, aludiendo a la Tierra y su traslación en torno del Sol. Los jueces eclesiásticos condenaron su heliocentrismo, pero él pasó a la historia con su verdad. La suya fue una aplastante mayoría de un solo voto.
Galileo perdió ante sus inquisidores cardenalicios y ganó en el mismo instante ante la posteridad y la ciencia. La anécdota, de tanto repetirse, ya suena a lugar común. Pero se trae a cuento pasados los siglos, pues ilustra sobre las trampas de las encuestas, las mayorías y la democracia.
Igualmente es casi un maltrato a la gloria literaria recordar la definición de Borges sobre la democracia como “un abuso de la estadística”. El gran escritor solía apoyarse en otra sentencia del historiador y filósofo escocés del XIX, Thomas Carlyle, quien habló de la misma democracia como “un caos provisto de urnas electorales”.
En la trasescena de estas tesis sobre abuso y caos inherentes a los comicios, campea la clarividencia de Galileo: es posible tener razón, en una isla, frente a una multitud que piense lo contrario. A estos llaneros solitarios les caería bien el mote de perdedores de la historia.
Eso han sido varias generaciones de colombianos que votaron sistemáticamente por candidatos a la postre vapuleados por los escrutinios. Los políticos avizorados como salvadores fracasaron siempre frente a aquellos inclinados a los hábitos sinuosos, a las componendas de los que desde el general Santander saben “cómo es la vaina”. Así se formó esta patria.
Así se hizo sólida una costra en la mente resabiada de los perdedores de la historia. Engaño tras engaño y traición tras traición, se forjó una segunda naturaleza política entre vastos sectores ciudadanos. Sucesivas hornadas de jóvenes que pensaban con el “Y, sin embargo, se mueve” de Galileo vieron tronchadas sus reivindicaciones. Estaban convencidos de sus razones pero no les llegó el momento histórico de su desagravio.
Hoy, a una semana de una nueva definición presidencial, estos perdedores de la historia conservan el derecho de la duda. Se ven bombardeados por los dardos de los dos contendientes, de sus asesores publicitarios y de sus seguidores convertidos en vociferación y ceguera intolerante.
Bajo este fuego cruzado, muchos mantienen un recóndito sentimiento de ponderación. Es su derecho a no convertirse en militantes ni en militares, dos palabras con la misma raíz imperativa. Es cierta visión resabiada de la vida. Tal vez una hermandad trasnochada con Galileo, el hombre que combatió contra todos los siglos, armado con su naciente y clandestina cordura solitaria.
