Publicidad

Milcíades Arévalo, un alma fosforescente

Arturo Guerrero
13 de enero de 2023 - 05:00 a. m.

Milcíades Arévalo es un zipaquireño próximo a los 80 años que ha vivido al margen de todas las cosas. Toma fotografías de escritores, compone relatos y los organiza en libros. Durante medio siglo mantuvo la revista literaria Puesto de Combate. Se pasó a vivir entre fábulas “porque mi obligación primera es contar de dónde vengo para saber a dónde voy”.

Se inventó un pueblo llamado El cruce de los vientos donde, como el nombre indica, el frío sabanero cercano al páramo castiga a los habitantes que son brujos, pobrísimos y soñadores. Él realmente se quedó en su infancia, pues ante el mundo conserva para sí la frase de uno de sus personajes: “todas las cosas parecen como cuando yo tenía cinco años”.

Hay que verlo caminando por las calles de la centenaria Candelaria, en Bogotá, conversando siempre de libros, repartiendo su revista entre amigos, riéndose de su quijotismo, distribuyendo la memoria de su sin igual temperamento que uno no sabe a qué siglo pertenece.

A finales de 2019 publicó su más reciente libro, El vendedor de espantapájaros, Ediciones Sociedad de la Imaginación, Bogotá, cuyos protagonistas flotan en la niebla y cuyo tema central atraviesa los catorce relatos. Son los pobladores de los años en que Amalia, la muchacha ensoñada, al abrazarlo le hacía creer que él era un gato.

Y gato se quedó, pues el punto de vista desde el que considera el mundo es el de quien lo capta felinamente. Ese es el encanto de su literatura, de sus cuentos inocentes y tremendos a la vez. Milcíades conoce la penuria campesina, esa hermandad con la lluvia y con un cielo que “era tan azul que parecía de agua”.

Es un maestro de las similitudes, siempre compara una cosa con la otra. A la orilla del río vio unas muchachas, y “era tanta su belleza que ni siquiera parecían muchachas sino otra parte del paisaje”. O “sucedía que la neblina era tan densa que las señoras las recogían por baldados para hacer postres y dulces de todos los colores y sabores”.

Punza con audacia las condiciones sociales de la gente llana: “el tío Gregorio se esculcó en los bolsillos como tratando de encontrar la felicidad y tan solo encontró dos miserables centavos. Me los dio como si me entregara su alma”. En otra ocasión al llegar a la casa una mujer luminosa, “las sombras de los aposentos salieron a esconderse en otra parte y toda la tristeza que teníamos escondida para que nadie se diera cuenta de lo pobres que éramos, también salió”.

Sorprende la espontaneidad con que este autor trata las conexiones de los humanos con los demás seres de la naturaleza. Cuando el padre salió a vender espantapájaros, la madre se quedó “hasta la madrugada aguantando frío y tragando luciérnagas, tantas que ya no parecía ser la que era sino un alma fosforescente, tan llena de luz por dentro que ya se le notaban los huesos”.

Milcíades Arévalo recorrió el mundo como marinero, fue empleado bancario, se apasionó por los autores de ficción y poesía. Pero ante todo, llegó a donde debía llegar porque está contando de dónde viene, es decir de su entrañable vida infantil y campesina.

arturoguerreror@gmail.com

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar