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Definición de caneca de la basura: recipiente metálico callejero que no recibe sino acumula desperdicios a su alrededor. Generalmente tiene hundimientos, abolladuras y se inclina hacia el suelo como barco en derrota. En un principio, este desnivel explica el porqué del derrame hacia el piso, pero casi siempre no lo explica sino lo origina.
Basta con que una caneca sea clavada en una esquina o en medio de un parque para que comiencen a aparecer las basuras alrededor suyo. Operan como aparatos que las atraen, como si fueran avisos públicos de dónde es lícito tirar talegos repletos de residuos, o simplemente dónde se deben arrojar los desechos de la calle y del barrio.
Las hay redondas y solas, las hay rectangulares y en parejas. Algunas tienen un pequeño techo que protege su contenido de las lluvias. No importa su estilo ni su equipamiento, al fin y al cabo, no son ellas las que recogen las basuras sino las que anuncian en qué parte del andén comenzarán a amontonarse.
Para completar el chiste se les ha añadido un par de letreros que supuestamente clasifican los desperdicios en reciclables y no reciclables. Los transeúntes, siempre apresurados, no tienen el cuidado de atender esta categorización. Así, el alud de desechos urbanos desciende a su destino final en una mezcla anárquica de olores, colores y formas.
Los enormes camiones nocturnos se llevan el grueso de las basuras, servidas en canecas por los porteros de los edificios. Los abnegados “escobitas” uniformados hacen lo que pueden para pillar los estragos finales acumulados en aquellos alrededores de los recipientes públicos de basura.
¿Habrá que achacarle este desbarajuste público a la falta de educación y civismo de los habitantes urbanos? ¿O será más bien el resultado de décadas y siglos de maltrato público protagonizado por los gobernantes, que no aciertan en las maneras de conmover la sensibilidad y la estética de la ciudadanía?
Se podría hacer un experimento: investigar hacia adentro de las paredes. Ver cuál es el estado de limpieza o descuido de las viviendas de la gente y hacer la comparación con la conducta de la misma gente de puertas para afuera. Casi con seguridad el contraste sería tremendo.
Sucede que las familias se esmeran por mantener limpio el hogar. Ya no es solamente la madre la responsable del brillo doméstico. Los hombres e incluso los hijos desde cierta edad hoy asumen esta tarea, colaboración que se siente como algo natural. Pero al salir a la calle todos entran en un reino de nadie y ninguno se siente responsable. “Eso le toca al Gobierno”, parece la consigna generalizada. Y cada cual arroja su basura en el desorden que afea el espacio público. De modo que el desaseo de andenes y vías carece de dolientes. Y lo que no se permite en el hogar es regla aceptada para el espacio público.
Somos unos en los metros cuadrados de la casa, y otros en la extensión sin límites que compartimos con vecinos y desconocidos. Es una especie de desconexión entre dos espacios esenciales de la vida.
