Las calles de la ciudad son termómetro de la cultura y estética públicas. Los días van sumando elementos que llaman la atención de los transeúntes, pero pocas veces se conocen reacciones individuales o colectivas a la índole fina u ordinaria de este mobiliario cotidiano. Y de esta manera se construye el sabor espiritual de la ciudadanía.
Nadie, por ejemplo, es capaz de recordar la fecha en que los andenes se comenzaron a llenar de unos espantosos muñecos plásticos inflables que pretenden “invitar” a los caminantes para que ingresen a los almacenes y otros negocios. La principal característica de semejante publicidad es un brazo...
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