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Los perros son los nuevos bebés de las familias. Se turnan la primacía con los gatos, solo que estos felinos son ariscos, tienen vida propia; los gatos son los eternos adolescentes. Los perros, por el contrario, duermen en la misma cama de sus amos, se acomodan en el sofá, se arrunchan junto a los humanos.
Las mascotas han ascendido a la categoría de ídolos. Por eso se les venera. Nadie pelea con uno de ellos de la misma manera como se reprende a un hijo. Cuando mueren, se les lleva al potrero donde se les erige un mausoleo que ya quisieran muchos humanos para sus parientes.
Perros y gatos tienen un idioma que no les obliga a decir ni mu. Ladridos y maullidos son comprendidos solamente por sus propietarios. Es una jerga bipolar. Sus dueños se especializan en uno o en otro de estos lenguajes no articulados. Un perro enojado amenaza con los dientes y consigue con ellos amedrentar. El gato saca las uñas y las hunde en carnes blandas.
Nunca como ahora este par de acompañantes de los hogares habían logrado la gran preeminencia que tienen desde comienzos del tercer milenio. Han surgido almacenes especializados en sus caprichos, fabricantes que les construyen viviendas altas para unos y mullidas camas para otros.
En vista de que los seis hijos de antes en dos décadas se cambiaron por uno solo e incluso por ninguno, canes y mininos tomaron la supremacía de la reproducción. Son prácticos, se contentan con una arena para orinar, un platón con agua, unas provisiones que surten almacenes entendidos en sus gustos y un sitio para dormir.
El señor y la señora de casa pueden irse todo el día al trabajo y en lugar de mala cara reciben al atardecer el batido de cola perruno y la mirada gatuna de bienvenida. Nada de cantaleta, nada de “¿por qué llegas tarde?” ni de “¿dónde andabas metido?”. Las mascotas son apósitos, se adosan sin chistar al capricho de los hombres. No son un tú, son un yo extendido.
Por eso se les llama animales de compañía. Fueron puestos en el mundo para llenar un vacío. Es que los seres inteligentes del siglo XXI se han convertido en productores de riqueza que carecen de tiempo y de fuerzas para cohabitar con semejantes. Los vecinos, las novias, los padres, son personas irritables y exigentes.
Entonces aparecieron perros y gatos en cantidades alarmantes. Su principal función es acompañar, hacerse un ovillo, alborozarse tan pronto llega exprimido el amo. Para perfeccionar su oficio han desarrollado el sentido de la premonición. Detentan la pronta llegada del amo cuando este viene a varias cuadras de distancia del hogar.
Además, son intercambiables fácilmente. Después de la muerte de una mascota y del corto período de aflicción, es sencillo conseguir un reemplazo. Los almacenes de perros ofrecen variedad de razas, edades, colores. No es como con los hijos que exigen dedicación exclusiva y fidelidad vitalicia.
Perros y gatos son, pues, los nuevos bebés de las familias. Ellos lo saben y cobran por su nueva función.
