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Los lectores son perspicaces. Se dan cuenta de que el verbo que falta en la frase del título de esta columna es “matar”. Se les prende de inmediato el bombillo de Junior Jein y de Lucas Silva, los asesinados icónicos del paro nacional. Y se preguntan ¿por qué matan a los artistas?
¿Por qué, si estos no van armados ni representan peligro para nadie? Sin embargo, alguien paga a francotiradores mercenarios para que les disparen desde fusiles o pistolas de repetición. Les tronchan con laconismo terminante su baile, su voz de Cabaio, su sonrisa crónica, sus videos con ataúdes, su yoga infinito.
Los artistas son los indefensos, no entienden de balas, no matan ni un mosquito. Ponen a brincar a la gente, alegran las almas, dan elasticidad a los cuerpos. Eso sí, vuelven más hermanos a los que marchan, los unifican en el ritmo, los hacen pensarse como tribu. Los músicos diseminan un pegante que entra por los oídos y aglutina los órganos.
A eso precisamente le temen los que imparten la pena de muerte, en este país legalista donde la pena de muerte no está en las leyes sino en las costumbres de bien arriba. El fervor de las calles les debió de inspirar este capítulo que les faltaba en su combinación de todas las formas de lucha.
Porque no hay que creer que esta “combinación” haya sido práctica exclusiva de las guerrillas. Muchos años atrás, dos siglos digamos, los patriotas de arriba se repartieron tierras y país tras la Independencia. Y lo hicieron mediante cambios de Constitución y guerras civiles. Formas de luchas perfumadas y formas de lucha ensangrentadas.
Siempre han matado a los pobres, a los campesinos, a los gaitanes que alzan la voz y a los guadalupes que entregan las armas. Con los artistas no se habían metido. ¿Qué pueden una batuta, una letra cantada, una batucada de tambores o unas pinturas de pared, frente a tanques y escuadrones?
Tuvieron que llegar el 28 de abril y las jornadas siguientes, para que aquellos que dan las órdenes rojas se pellizcaran ante el peligro nuevo. No son las piedras arrancadas del asfalto, no son las papas bombas que aturden, no son la “Resistencia” vociferada ni los bastones de la guardia india. No. El peligro nuevo se llama conciencia.
Los manifestantes modelo tercer milenio abrieron los ojos, ven la realidad multiplicada en videos de pantallitas, se desmayan de hambre, de no estudio y de no trabajo. Muchos a lo sumo aspiran a conseguir cualquier mercado para ayudar a sus padres.
Entonces comenzaron a expresarse, a poner sus ideas en blanco y negro. Y encontraron las artes, la canción, el baile colectivo, la literatura vuelta pintura, la acrobacia, las marionetas para reírse de los títeres. Así se destacaron sus líderes, que no son políticos profesionales ni promeseros de feria ni oportunistas de vereda.
Son los compositores malhablados, los videoartistas, los niños ocurrentes, los pintamonos, las directoras de orquesta, los juniors, los lucas, los fogoneros de la conciencia. En una palabra, los artistas. ¿Ahora sí se entiende por qué los están matando?
