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Diez años después del lanzamiento de Actos humanos, el libro de Han Kang sobre la matanza de su natal Gwangju, aparece ahora traducido al español Imposible decir adiós (Random House, diciembre 2024, Barcelona), la más reciente novela de la premio nobel coreana.
Al terminar la lectura del primero, queda flotando en la mente la duda sobre si las barbaries relatadas puedan calificarse como acciones humanas. Al finalizar el reciente, y luego de otro rosario de matanzas y crueldades políticas, la autora pone en labios de una de sus protagonistas el siguiente pensamiento: “Ya no me sorprendía nada de lo que un ser humano podía hacerle a otro ser humano”.
Detrás de un encargo inocente sobre alimentar a un par de cotorras, la protagonista construye una atmósfera de dureza invernal y fusilamientos de militares a perseguidos políticos en las muchas revoluciones sufridas por Corea a mediados del siglo XX.
Aquello sobre lo que es imposible decir adiós es precisamente el recuerdo del cúmulo de huesos, ropas ensangrentadas y vestigios mortuorios, en esta ocasión acumulados en la pequeña isla de Jeju. Aquí coinciden dos amigas de juventud, una de las cuales es más bien el fantasma de sí misma.
Es minucioso el relato que hace Kang de las íntegras formas, colores y texturas de los copos de nieve, lo mismo que de las temperaturas paralizantes de los inviernos asiáticos. El lector sufre por estos azotes de la naturaleza y por las fechorías de ejércitos, policías y paramilitares de los diversos regímenes.
Así mismo, es conmovedor el retrato de una de aquellas amigas que trabaja como documentalista de la historia y que vive solitaria en la casa familiar reconstruida luego del arrasamiento de aquella violencia. Trescientos milicianos revolucionarios se ocultaban en la montaña y eran el blanco principal de la furia militar. Pero cuando las fuerzas oficiales no lograban cazarlos, “llegaban con los registros de empadronamiento familiar y, si comprobaban que faltaba un varón en la casa, daban por sentado que se había unido a las filas de los insurrectos y ejecutaban al resto de la familia”.
Muchos fusilamientos se hacían a orillas del mar, como manera de ocultar los vestigios. “Pero después de que mejoraran las cosas, nunca más volví a comer pescado, hasta el día de hoy. Al fin y al cabo, toda aquella gente fue devorada por los peces”, cuenta una madre con un bebé que amamantar. Y continúa: “Así que no tuve más remedio que comer lo que fuera, ya que si no lo hacía se me secaría la leche y se me podía morir el niño”.
Acusadas de comunistas y de sostener ideas izquierdistas, “en total se estima que fueron asesinadas y enterradas de forma clandestina entre doscientas mil y trescientas mil personas”. “¿Cuánto más se puede descender? —pensé— ¿Es esta quietud el fondo del mar de mis sueños? (...) ¿El fondo de las tumbas arrasadas por el agua?”. He aquí, pues, la realidad histórica frente a la cual es “imposible decir adiós”.