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“Qué H. P., estamos en diciembre, sírvalo”

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Arturo Guerrero
19 de diciembre de 2025 - 05:00 a. m.
“Qué H. P., estamos en diciembre, sírvalo”
Foto: Aguardiente, bebida alcohólica colombiana / Getty Images
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Un joven médico muy serio, vestido con su bata blanca, ausculta en el pecho con fonendoscopio a una paciente. De repente, suelta una pregunta que al mismo tiempo es una acusación: “¿Usted toma aguardiente?”. Ella piensa, vacila, sonríe con picardía y al fin responde: “Ehhh, pues está como temprano... pero qué H. P., estamos en diciembre, sírvalo”.

Cuando nadie lo espera, el galeno saca de su bolsillo trasero una botella de este licor y la presenta ante ella con una celebración de risa sonora. Ambos rompen en un grito de complicidad, “Ah, ja ja”, mientras suena una música tropical que los pone a bailar en cámara rápida. Se forma una rumba de dos.

En 38 segundos, este video que está circulando entre risas pinta el cuadro de las actuales festividades navideñas. El año 2025 ha sido duro para los colombianos en muchos sentidos. Pero ante la severidad de la realidad, el espíritu nacional no se amilana. Y la música, la risa, el baile y el coqueteo son la respuesta del espíritu en el cuerpo de un país cuya esencia es la alegría.

Este fin de año, sin que nadie lo planeara ni lo pronosticara, la Colombia festiva ha salido a las calles y ha llenado el aire con el ímpetu carialegre, sembrado desde siempre en el ADN hondo que no ve hora de medírsele a las varias expresiones colectivas del regocijo. Claro que las avenidas están atestadas, que cualquier diligencia se vuelve un imposible metafísico, que además la gente camina con enormes paquetes que complican la movilidad. Pero los comerciantes han de frotarse las manos pues las ventas van a compensarles los bolsillos con ganancias para el año siguiente. No es asunto solamente de la publicidad que alborota las ganas de comprar regalos para Raimundo y todo el mundo. Es más bien un desquite.

A mal año, buena cara, sería el lema para estos días finales cuando la gente hace la lista de familiares y amigos con quienes quieren juntarse, tomarse un aguardiente, comerse un tamal, cruzarse la espalda en abrazos. Y claro, regalar el suéter, la camisa, la bicicleta, los artilugios de la tecnología y de la Inteligencia Artificial antes de que esta nos deje a todos sin trabajo.

Lo cierto es que se respira en el aire que este mes final está siendo el desquite de nuestra pequeña humanidad agobiada y doliente. “Qué H. P., estamos en diciembre, sírvalo”, es el grito del poderío desenfadado de esta patria tan elogiada por sus cordilleras, llanos, ríos, atardeceres rojos, aguaceros de padre y señor mío.

Es posible que las novenas de navidad hayan caído al olvido y que hoy muy pocos recuerden el sonsonete de “ya el cordero manso, ya la oveja arisca”. No importa, los villancicos parecen escritos en un castellano de tiempos del ruido. En cambio, la llamada música bailable vive tatuada en la memoria corporal y en las células cerebrales de las mayorías actuales.

Por eso la gente se mueve, lleva el ritmo, amaciza a la novia, saca al ruedo a la abuelita, llama desesperada a la mamá a las doce de la noche. Todos se vuelven niños, niños sufridos pero niños que se niegan a crecer por el riesgo de perder el paso.

arturoguerreror@gmail.com

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