¿Cuántas caras hay en una cara? Cuando se ve de refilón a una persona por primera vez, es difícil acceder a la sustancia de ella. Incluso cada vez que de ahí en adelante vuelve a encontrarla, usted no logra definir cuál de las múltiples caras exhibidas es la cara verdadera.
Una universidad galesa descubrió el agua tibia en el maremágnum de la pandemia. Sus investigadores concluyeron que la gente encuentra más atractivos a los demás cuando estos usan tapaboca. Agregan que el misterio está en que se produce más expectativa por su belleza. Y explican que el cerebro completa los espacios que no ve.
Sin ser académico en la materia, uno conjeturaría que, entre las múltiples caras personales, el cerebro escoge la menos explícita. Esta le permite pasarle el trabajo a la imaginación, que es la facultad responsable de crear imágenes. Y estas imágenes no son fotografías, sino composiciones excéntricas a partir de los datos filtrados por el tapaboca.
Esto es tal vez lo que dan a entender los investigadores de la Universidad de Cardiff cuando hablan de que el cerebro completa los espacios o datos. El cerebro es el órgano sede de la imaginación. Y esta es la facultad más poderosa de los humanos.
Va usted a pagar la cuenta en la registradora, la empleada levanta la cabeza y lo fulmina Cleopatra en plena danza de los velos. “¡Qué bella!”, rumora su imaginación que acaba de componer una escena alejandrina. La reina egipcia que rindió a los dos generales romanos más poderosos del Imperio, acaba de anonadarlo.
Igual puede sucederle en un andén concurrido. De súbito se fija en una muchacha embozada que tal vez pasaría desapercibida si no portara su tapaboca enaltecedor. Es posible que la bella no sea ella, mucho menos el trapo de colores evidentes que la oculta. Pero usted ya es cautivo.
Estas escenas, comunes para cualquier ojo masculino avezado, fueron seguramente las que indujeron a los investigadores de la tierra del whisky a escarbar en el misterio enmascarado. Solo que se limitaron a destacar la expectativa generada en la cabeza y el posible ejercicio de añadidura de lo que no se ve.
En nuestro tercer mundo, la sensualidad ayudaría a explicar el paisaje. Dos son los elementos nuevos: lo que se muestra y lo que se oculta. La mascarilla permite ver únicamente los ojos. Y en los ojos está el ensueño. Más exactamente, en la mirada. Por eso se le canta al océano de tus luceros. No es asunto del cotizado color del iris, es el viaje rotundo al alma.
Lo que se oculta tiene que ver con la entrega. Tal vez la burka y el chador islámicos cambiarían de signo si los occidentales leyeran el Corán, que los impone para que “las mujeres no muestren sus atractivos”. Solo los pueden exhibir ante los maridos. Al severo profeta lo traicionó el inconsciente, pues el sustantivo “atractivos” encierra el reconocimiento de una realidad: lo que los velos tapan es deseable.
El tapaboca, nuestra burka pandémica, embellece a quien lo lleva. Desvela las muchas caras que hay en una cara.